EL GUSTO POR UN TIPO DE VIOLENCIA

“Huéspedes podían disfrutar cómodamente de la Revolución mexicana”.

Ignacio Anaya
Columnas
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En abril de 1911 tropas maderistas y federales se enfrentaron en el poblado de Agua Prieta, Sonora. Del otro lado de la línea divisoria se encontraba la localidad de Douglas, Arizona. El combate lo ganaron las fuerzas del gobierno, por lo que los seguidores de Madero se vieron obligados a retirarse. Algunos de los maderistas cruzaron la frontera y buscaron refugio en Estados Unidos, pero fueron detenidos por las autoridades de dicho país.

Sin embargo, más allá de la batalla resulta destacable para este texto el siguiente informe extraído del periódico estadunidense The Herald Democrat, que dio a conocer, según los reportes, el número de ciudadanos norteamericanos heridos durante dicha riña: “Jack Hamilton, Douglas: herido en la espalda mientras observaba la batalla con otras 40 personas desde el techo de una casa de adobe, varios bloques detrás de la línea internacional”.

El pobre señor Hamilton pensaba que estar del otro lado de la frontera le brindaría la seguridad y la comodidad de presenciar a los mexicanos matarse unos a otros. A la mala tuvo que aprender que las fronteras eran más que tratados internacionales o líneas imaginarias. Había mucho más detrás de estas delimitaciones y la experiencia del señor Hamilton era parte de lo que hacía peculiar a este territorio fronterizo en ese entonces.

Se hizo popular dentro de la población estadunidense observar las batallas desde los techos de sus casas u hoteles. Dicha práctica surgió en un principio de la curiosidad para enterarse de lo que estaba ocurriendo del otro lado de la frontera, resultado de una conciencia colectiva por parte de los habitantes de que podían ver a pocos metros de ellos a mexicanos disparándose unos a otros, sin sentir que corrían peligro.

Había un contexto específico dentro del territorio fronterizo que permitía que un estadunidense no sintiera amenaza alguna de observar a tan corta distancia las batallas.

Espectáculo

Un primer acercamiento a tal cuestión sería que el norteamericano tuvo una visión dicotómica en la cual el lado mexicano era peligroso, mientras que el de su país era el seguro. Se llegó a tal grado, que hoteles en la frontera se promocionaron como sitios donde sus huéspedes podían disfrutar cómodamente de la Revolución mexicana.

Incluso hay fotografías de soldados estadunidenses observando la batalla de Ciudad Juárez de mayo de 1911; atentos, sí, pero sus poses no distan mucho a las de alguien que está viendo una reta de futbol.

Dentro de todo este mundo de experiencias que conformaba la frontera entre México y Estados Unidos la violencia fue parte. Las batallas, redadas y otros actos violentos fueron relativamente comunes durante esa casi década de conflicto. Igualmente estuvo presente la necesidad de ver estos conflictos como un tipo de entretenimiento.

Sin la intención de hacer analogías anacrónicas, es el equivalente a la misma atracción de ver a otros seres humanos en actos de violencia en diferentes momentos del pasado; por ejemplo, las famosas batallas entre gladiadores o las ejecuciones públicas de la era moderna, en las cuales el público podía comprar boletos para asistir.

Bueno, en el caso fronterizo la Revolución mexicana fue para unos cuantos ciudadanos estadunidenses blancos un espectáculo de la violencia… a pesar de que algunos de ellos tuvieran que pagar las consecuencias, como el señor Hamilton.