Rastrear la historia del nacionalismo en México, o cómo llegó a adquirir sus connotaciones actuales, implica mirarlo desde una óptica del presente. Si se quiere analizarlo es porque su relevancia se manifiesta en varias ocasiones. No obstante, para entenderlo es necesario lo “popular”, palabra con bastante vigencia en el discurso nacional y con un uso que va más allá del espectro político.
Cuando se escucha este concepto lo primero que le viene a la mente a uno es “el pueblo”, que prácticamente es su significado. Es una idea ambigua sobre quienes entran a una categoría que otorgan distintas instancias.
En México el nacionalismo tiende a relacionarse con la idealización de su población. Su historia en el país lanza raíces de lo que han sido diversos proyectos nacionalistas que no solo dependen de lo político sino también de lo cultural. Se manifiesta, sin embargo, a través del discurso, en aquello que se busca mostrar a la gente. En el arte, la prensa, la educación, la retórica y la política, por mencionar algunos casos, se hace visible ese sentido nacionalista que encuentra su base en el pueblo. La unión entre lo nacional y lo popular implica una búsqueda por parte de los gobernantes. Pocos de verdad lo han conseguido. Unos se hicieron creer que contaban con una base de apoyo leal, pero la realidad distaba de sus expectativas.
Probablemente la expropiación petrolera en 1938 fue uno de los muy pocos casos que contó con el apoyo popular del país en el sentido estricto del término. De acuerdo con el historiador Ricardo Pérez Montfort, en su texto La creatividad popular y el 18 de marzo de 1938, la decisión del gobierno de Lázaro Cárdenas consiguió un gran apoyo de la población mexicana, lo cual se debió y fue impulsado con base en ciertas medidas. La primera, y esencial, fue la unidad. Enemigos políticos, críticos e incluso quienes no tuvieran acceso a la información, por diversas cuestiones, debían entrar en tal mensaje, ya que cualquier tipo de confrontación podía desestabilizar el proyecto.
Decisión
En ese mismo texto Montfort recogía las palabras de Alfredo Delgado, gobernador de Sinaloa, con respecto del tema: “Por mi parte y en mi carácter de gobernador constitucional del estado de Sinaloa abro mis brazos a todos los que, por unos u otros motivos, con razón o sin ella, se encuentren distanciados de mi administración”.
México estaba detrás de una idea, de un plan. El nacionalismo mexicano partía entonces de la unidad del pueblo. Después vino la enorme maquinaria de difusión, o propaganda, sobre la importancia del petróleo que se abordó desde la educación de los niños de todo el territorio hasta poemas por parte de líricos populares. Cárdenas formaba parte de un periodo donde el gobierno mexicano gozaba del apoyo del pueblo: ese era el México posrevolucionario. Los ideales de la Revolución seguían siendo el cordón que unía al poder con lo popular.
Resulta difícil pensar que algún día se repetirá semejante cohesión nacional sobre una acción política; esos tiempos quedaron atrás. En ese entonces la identidad de toda la población del país giraba en torno de un recurso natural, cuya relevancia se encuentra actualmente en decadencia. Preguntarse ahora por aquello que puede mover a las masas y decirse popular requiere de un análisis de la sociedad contemporánea en su conjunto, ya que finalmente sus necesidades son las que tendrán la decisión final.