LA MINERÍA EN TIEMPOS TURBIOS

“Este no suena al Francisco Villa que se suele promover”.

Ignacio Anaya
Columnas
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“En México, como ha sucedido en los países jóvenes, los capitales se han destinado especialmente a empresas que ofrecen rendimientos inmediatos. Entre estas podemos mencionar la minería, en la cual han gastado inmensas cantidades de dinero, quedando una gran parte de ellas enterrada en las entrañas de nuestros cerros… Bien es cierto que muchos minerales han producido pingües rendimientos a sus explotadores, pero si se estudia el caso con serena atención se encontrará que es un tanto por ciento muy pequeño el de las minas que han producido este resultado, enriqueciendo a unos cuantos individuos en perjuicio de una mayoría que ha quedado con muy reducidos elementos, si no es que en la miseria”.

Estas palabras podrían sonar como algo dicho en los discursos actuales y los debates públicos sobre la situación presente de la minería en el país. La verdad es que se trata de una publicación hecha en agosto de 1910 titulada Tierra y Trabajo, editada por Juan N. Rondero.

La extracción de minerales parece mantener interrogantes sobre su uso, beneficios y explotación en México. Contextos distintos, pero las ambigüedades se mantienen hasta cierto punto.

A medida que continuaba la Revolución Mexicana, para los estadunidenses existían varias preocupaciones. Una de ellas fue el control sobre la producción minera, misma que mantenían desde el Porfiriato y representaba un importante interés económico para las compañías de aquel país. La minería se manejaba con concesiones, una especie de antecedente a la propiedad privada. Pues bien, tanto internamente como externamente compañías se beneficiaron de este campo, al igual que la economía de la nación.

Punto clave

Estados Unidos fue uno de los primeros países en adentrarse en este sector y por ello cuando años más tarde estalló el conflicto revolucionario miraron por sus intereses económicos dentro de México. La minería fue una de las principales fuentes de ingresos en el país más golpeadas por el conflicto, la producción fue inconstante, además de que no fueron pocos los mineros que abandonaron sus trabajos para unirse a los ejércitos de las facciones.

Chihuahua resultaba un punto clave para la minería estadunidense, puesto que era ahí donde estaban sus principales minas. Era también, durante gran parte de la contienda, territorio controlado por Francisco Villa. De manera astuta, o al menos con la intención de evitar entrar al conflicto con Estados Unidos, el líder revolucionario en un principio invitó a las compañías estadunidenses a reanudar operaciones en Chihuahua prometiendo, según indica el historiador Friedrich Katz, garantías como no confiscar minerales, el transporte seguro de estos materiales hacia Estados Unidos e incluso evitar que se generaran huelgas (Katz, Pancho Villa, 2000).

Este no suena al Francisco Villa que se suele promover, a ese Robin Hood de la revolución, pero la situación así lo demandaba y entre las opciones que miró para obtener ingresos en su territorio esta fue una.

Con el apoyo estadunidense a la facción carrancista, entre otras cosas, la “estable” relación entre Villa y las compañías mineras se terminó, por lo que el jefe revolucionario le cedió al gobierno estatal el control de ellas. Un cambio de juegos de poder y planes que transcurrió en alrededor de un año, así de contingente fue la revolución, pero al igual todo lo que gira detrás de la minería. En la actualidad sigue siendo tema de debates, regulaciones, argumentos y disputas, ya que el control y trabajo del subsuelo mexicano aún no está claro.