En el verano de 2015 el Palacio de Bellas Artes presentó ante el público capitalino el Renacimiento italiano. Hubo dos exposiciones, una dedicada a Miguel Ángel y otra a Leonardo da Vinci, dos nombres muy bien conocidos en la historia del arte.
Resultó ser una labor titánica traer algunas de las piezas originales a México, entre las cuales había esculturas, pinturas, bocetos y… una receta del supermercado.
En efecto, se expuso ante los ojos de cientos de miles de visitantes, a lo largo de las fechas, una nota con la lista de productos para ir de compras. El gran artista detrás de esta obra era Miguel Ángel; al menos así se puede saber que era un ser humano común y corriente.
¿Por qué este peculiar papel se presentaba en una exposición junto con obras de tan sustancial prestigio?, ¿acaso era para que el público viera un elemento de la cotidianidad del sujeto? Cierto es que, aun cuando nunca se deba dar algo por sentado, el documento estaba ahí porque sobrevivió a la prueba del tiempo. Cuando se trata de un personaje con bastante relevancia para la cultura occidental, todo lo que pueda existir alrededor de su figura y su vida se expone ante los espectadores.
No es un elemento único de los artistas. En el Complejo de Visitantes del Centro Espacial John F. Kennedy se encuentran en las diferentes salas de exposición los objetos personales de varios astronautas. Entre ellos, por ejemplo, está bien conservada la boleta de calificaciones de secundaria de Buzz Aldrin, uno de los primeros humanos en pisar la Luna. Tal vez las buenas notas del astronauta están ahí para indicar el brillante futuro que le aguardaba y así incentivar a los niños a ser buenos estudiantes. Esta es una de las muchas interpretaciones que se puede fabricar el espectador.
Humanidad
“Un objeto de museo no es un objeto destinado a ser utilizado o intercambiado, sino que es llevado a dar un testimonio auténtico sobre la realidad”. Esta frase del libro Conceptos claves de museología (2010), coordinado por André Desvallées y François Mairesse, ejemplifica la transformación que hay detrás de toda cosa para convertirla en la pieza de un museo. La exposición es un discurso, la selección de los objetos que se exponen representa un proceso discursivo ante el público: hay que hacerlos hablar. Lo cotidiano deja su uso original y adquiere una nueva función al momento de exponerlo, se convierte en la demostración de un pasado que se busca preservar en la memoria colectiva, ya sea por una o distintas razones.
Además, se necesita atarlo con el componente humano, puesto que a la gente le gusta ver a los protagonistas de la historia.
Las personas son capaces de ir a un museo para observar algo que las rodea día con día. ¿Quién no ha hecho una lista para el supermercado? No obstante, la humanidad es la única con conciencia histórica, la cual se manifiesta, en ocasiones, dentro del valor que se le confiere a cualquier cosa como prueba de la existencia de un pasado.
Son los objetos de la vida cotidiana los que dejan constancia de la humanidad en el tiempo, las grandes obras, pinturas, esculturas, vestimentas y otros registros, asociados usualmente con sujetos de un cierto alto nivel jerárquico, carecen de aquellos elementos que son más representativos de lo que vivía el ser humano común y corriente.
Uno nunca sabe si su carta de calificaciones o lista del mercado terminarán siendo vistos por millones.