LOS PUEBLOS FANTASMAS

“Solo quedan las ruinas de vidas pasadas”.

Ignacio Anaya
Columnas
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En la segunda década del siglo XX Gleeson, Arizona, se había convertido en un importante poblado para Estados Unidos. A unos cuantos kilómetros de la frontera con México, esta comunidad destacó por ser un relevante centro de minería hasta bien entrados los treinta e incluso contaba con una ruta de ferrocarril perteneciente a una subsidiaria del famoso sistema ferroviario Southern Pacific.

El diario arizonense The Arizonan Republican describía al pueblo como uno de los mejores ejemplos de la transformación de la minería primitiva del pasado a las técnicas modernas del presente. Con eso hacía referencia al fin del Viejo Oeste en la zona.

Gleeson contaba con una considerable cantidad de mexicanos viviendo ahí y durante la Revolución mexicana algunos excombatientes, como los villistas, terminaron trabajando en aquellas minas. Al final el poblado terminaría abandonado décadas más tarde, en parte por el agotamiento de la producción minera en la zona, el principal elemento que sostenía el lugar.

Ahora es un pueblo fantasma, estando de pie algunas de las pocas ruinas que lo conformaron. Es un destino que le deparó y depara a varias comunidades en el mundo. No vayamos tan lejos: aquí mismo en México tenemos ejemplos. La descontrolada urbanización, la desigualdad, la violencia e incluso el cambio climático, entre otras cosas, han provocado desde décadas atrás el abandono de distintos poblados, creando así varios pueblos fantasmas en el país.

Desaparición

En México lejos está de ser un fenómeno relativamente nuevo. Minas Prietas y el pueblo a su alrededor, en Sonora, eran, al igual que Gleeson, prósperos gracias a la minería. El cronista sonorense Gilberto Escobosa Gámez, desde su experiencia personal, narraba lo siguiente al ver la situación del lugar: “Poco recuerdo de lo que estuve pensando; solo sé que me impresionó hasta lo profundo aquel símbolo de la desaparición de un pueblo que fue próspero y feliz. Yo amaba y amo a lo que queda de Minas Prietas por el hecho de que allí nació mi inolvidable madre” (1999). La comunidad comenzó a desaparecer a partir de la segunda mitad del siglo XX una vez que la minería en la zona dejó de ser rentable.

¿Cuántas personas más podrán vivir aquellos sentimientos? Ver sus lugares de nacimiento o recuerdos de la infancia vacíos, esperando a ser considerados como ruinas por los futuros arqueólogos, si es que encuentran esos yacimientos. Algunos de estos espacios se promocionan para aquellos curiosos por la exploración. En ocasiones estos sitios llegaron a esas condiciones por razones complicadas.

Ni siquiera hablemos de pueblos en medio de la nada: en las mismas ciudades hay estructuras que por diversas razones terminaron abandonadas. Después del terremoto de 1985 algunos edificios quedaron en su mayoría desatendidos, pero siguen de pie. Son recuerdos de quienes formaron sus vidas durante años en esos espacios.

Desafortunadamente otro creador de pueblos fantasmas es la violencia actual que vive el país. Los titulares de los periódicos lo confirman: “La violencia en (inserte cualquiera de los estados más peligrosos) ha dejado comunidades vacías”. Estas notas aparecen desde la guerra contra el narcotráfico.

Tal es la situación del poblado fantasma en el que, sea por cualquier motivo, solo quedan las ruinas de vidas pasadas. Y, por alguna razón, lo mejor es que sean devorados por la madre naturaleza.