MADERO: EL BUEN HACENDADO

“Logró mover a las masas contra la dictadura de Díaz”.

Ignacio Anaya
Columnas
ANAYA-Francisco_I_Madero---Archivo (2).jpg

El hombre del momento, el leader, el apóstol de la democracia: con estas connotaciones y otras más diversos medios, historiadores, instituciones, gobiernos y en general la opinión pública se han referido a Francisco I. Madero.

Ciertamente su figura representa la cara de la Revolución Mexicana, a pesar de no haberla visto concluida. El día que llegó a la Ciudad de México tras la firma de los tratados de Ciudad Juárez y la salida de Porfirio Díaz, el New York Times lo llamó “el hombre que dirigió el movimiento de más largo alcance para cambiar las condiciones políticas en México”.

La popularidad de Madero no era algo menospreciable. Ese año de 1911 vio en la cúspide al coahuilense, quien representaba nuevos aires para el país después de décadas de porfiriato. Su triunfal entrada a la capital, su campaña electoral y su toma de protesta como presidente estuvieron acompañadas de multitudes que coreaban “¡Viva Madero!” Pero detrás de su persona se encontraba el hacendado o, en su caso, el buen hacendado; una categoría empleada conforme a su popularidad entre las masas revolucionarias.

Durante gran parte del siglo XIX el país, principalmente el norte, estuvo conformado por haciendas dominadas por caudillos. Esto continuó en el porfiriato con sus respectivas variantes; unos se vieron beneficiados y otros tuvieron choques contra la autoridad de Díaz. Dentro de este sector se encontraban los Madero, una de las familias más ricas y poderosas de Coahuila.

A diferencia —pero no siendo la excepción— de otros grupos de hacendados los Madero se mostraron constantemente en oposición a las prácticas del porfiriato en su región. Uno de los más claros ejemplos, como lo muestra el historiador Friedrich Katz en su libro De Díaz a Madero, fue el enfrentamiento de la familia contra las compañías estadunidenses en la región lagunera: “A finales del siglo Francisco Madero había formado y encabezado una coalición de hacendados laguneros para oponerse a los intentos de la compañía anglonorteamericana Tlahualilo por monopolizar los derechos sobre el agua en esa zona enteramente dependiente de la irrigación”.

Ironía

Más que ver este caso como una muestra de la defensa de la soberanía nacional (lo cual se podría argumentar), dicho accionar obedecía a los intereses de aquellas élites mexicanas que se vieron afectadas por la inversión extranjera.

Ahora bien, además de la oposición contra las políticas de Porfirio Díaz la situación en las haciendas de los Madero les otorgó un considerable número de seguidores leales. Según indica Katz los altos salarios a comparación de otras zonas, la presencia de escuelas y la proporción de servicios médicos garantizaron a la familia una base confiable de sujetos que se levantó con ella en armas.

Dentro de ese contexto se formó el Francisco I. Madero que logró mover a las masas contra la dictadura de Díaz y convertirse en uno de los principales símbolos de la Revolución Mexicana. Un sujeto que, a la vez, representó a esta clase de terratenientes que se alzaron en contra del gobierno.

Madero vio culminar los proyectos políticos, tanto de su familia como de otros hacendados y alcanzó la cúspide de México en 1911. No obstante, como si se tratara de una ironía en la historia, este sector terminó siendo visto —en parte debido a la historia oficial— como uno de los principales antagonistas del conflicto, cosa que no era del todo falsa, pero que generaliza a dicha clase para poder romantizar a la lucha revolucionaria.