Coincido con varios analistas que si bien las elecciones en cualquier democracia encierran expectativas, valoraciones sobre los gobiernos en funciones y definiciones respecto del futuro inmediato, eso no significa que el futuro o el destino del país se encuentra en juego. Ha habido casos contemporáneos, sin duda, pero aun presidentes como Jair Bolsonaro u otros mandatarios han demostrado, de manera paradójica, la solidez de las instituciones y los equilibrios de poderes (indispensables en cualquier República), así como los naturales juegos de poder.
Es el caso de las elecciones del domingo. Si bien es cierto que el estilo personal de gobernar (citando a Daniel Cosío Villegas) caracteriza la dinámica de un sexenio, no obstante esto las estructuras de la sólida democracia mexicana implican un continente de procesos y leyes, que a pesar de la polarización cotidiana que vivimos hay límites. De allí que una vez pasada la jornada electoral vendrá, como suponemos, un largo periodo de litigios respecto de la forma en la que se condujeron partidos políticos, dirigencias, candidatas y candidatos. Sin embargo esto no deberá alterar la puesta en marcha de la siguiente etapa en la vida de la democracia mexicana.
Por supuesto que las especulaciones y suposiciones forman parte de las campañas electorales, así como de los análisis —con fundamento o no, respecto de lo que puede esperarse en cuanto al futuro inmediato del país. Desde hace décadas cada elección, sobre todo federal, es señalada como el “verdadero parteaguas” de la historia del país: así fue en 1988, 1994, 2000, 2006, 2012, 2018. Ahora no es diferente solo que se trata de los comicios intermedios, en donde las especulaciones se centran en si se refrendará el avasallador triunfo del partido gobernante y sus aliados en la Cámara de Diputados para lograr la mayoría calificada y estar en condiciones de modificar la Constitución sin tener que pasar por el “farragoso” proceso de negociación con las otras representaciones parlamentarias.
Acuerdos políticos
Sin embargo, aun cuando se mantuviera el equilibrio en la representación en la Cámara de Diputados, debemos considerar que cualquier modificación a la Constitución requiere de la aprobación de 50% más uno de los Congresos locales, que por cierto 30 de ellos se renovaron el mismo 6 de junio. La fragmentación en la representación política significa devolverle al diálogo y al acuerdo la dimensión necesaria para que los argumentos en torno de las supuestas modificaciones prevalezcan sobre la imposición carente de sustancia. Todos sabemos que la política como proceso de construcción de acuerdos duraderos y estables es el mejor patrimonio con el que cualquier representante popular, del presidente de la República, hasta los presidentes municipales, con el que pueden contar.
De allí que la situación en cuanto a la segunda parte del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador se puede caracterizar por un intenso proceso de acuerdos políticos, incluso hacia el interior de su partido, para preparar la principal característica y distintivo del sistema político mexicano: la sucesión presidencial. Pues hay aspectos cruciales de la vida nacional que para procesarlos de manera exitosa demandan la concurrencia de los principales actores de la vida política y social del país. Asuntos como el desempleo, la violencia, los efectos duraderos de la pandemia como son las afectaciones al sistema educativo, a la salud pública y a las condiciones laborales. Quizá sea un tanto optimista mis planteamientos pero están sustentados en análisis de experiencia históricas de México así como en la de otros países.