Para nadie es una dinámica desconocida que la complejidad, las contradicciones y los desencuentros, pero también la cooperación, el intercambio (en diversos campos) y la recíproca dependencia entre ambos países ha sido y será un reto para los gobiernos en turno.
Sin importar aquí o allá el perfil ideológico en turno, lo único cierto es la existencia o no de la voluntad y disposición para evitar problemas que se impongan a las opciones de acompañamiento.
Hoy estamos en uno de los momentos más bajos del entendimiento binacional, que al menos en el siglo XXI sería el peor.
Shannon K. O’Neil en su libro Dos naciones indivisibles. México y Estados Unidos y el camino del porvenir (2014, Debate) realiza un detallado relato a propósito de los asuntos que a querer o no deben enfrentar ambos países. Se trata de problemas ligados a la innegable situación geográfica, a la historia, a la migración, el comercio y… la seguridad.
Los procesos que de forma cíclica generan tensiones, señala la autora, debieran contener o prever las vías para su solución lo más pronto posible. En el mutuo desgaste tanto México como Estados Unidos pierden (perdemos) oportunidades, mientras que en otras partes del mundo cada región trabaja para consolidar sus potencialidades.
Si algún analista, funcionario o interesado en estos temas cree que la Drug Enforcement Agency (DEA) obtuvo algún rédito o alguna ventaja con la detención en Los Ángeles del exsecretario de la Defensa Nacional de México el pasado jueves 15 con parte de su familia —con un trato ríspido, por cierto—, se equivoca de principio a fin. La primera cuestión es que al momento de redactar esta colaboración no se conoce una sola prueba consistente en la acusación formulada contra el general Salvador Cienfuegos y eso que ya se dio la primera audiencia, donde se le negó la posibilidad de la fianza para enfrentar el proceso en libertad.
Especulaciones
El daño causado en la relación bilateral deberá atenderse a la brevedad, sin importar desde luego el resultado electoral presidencial en Estados Unidos del ya muy próximo 3 de noviembre.
Ante la falta de precisión y buen manejo de información desde Washington y nuestro país las especulaciones, las posturas ambivalentes, cuando no contradictorias, abonan el terreno para suposiciones, insidias y descalificaciones que en nada contribuyen a recuperar la indispensable colaboración entre las agencias de seguridad para hacerle frente al principal desafío binacional, como es el crimen organizado.
Mucho se ha escrito respecto de las acusaciones de la DEA contra el militar mexicano, pero también de la forma en que se esbozaron las mismas, así como de la línea de tiempo que se manifiesta.
El gobierno mexicano debe desplegar un verdadero y evidente esfuerzo por que el juicio al general Cienfuegos se apegue a las leyes estadunidenses, que los argumentos de la defensa los analicen especialistas, así como un trato personal a la altura de su trayectoria. De lo contrario la cesión ante las presiones de una sola agencia del conglomerado de seguridad e inteligencia de aquel país dejará en precaria situación a nuestro gobierno ante la inminencia del comienzo de una nueva administración en la Casa Blanca y el Congreso.
Más allá de presuponer inocencia o culpabilidad el proceso del juicio debe ser consistente en las pruebas presentadas y conceder las garantías a las que tan destacado militar tiene derecho.