Desde las competencias deportivas durante la Guerra Fría y aun antes, ya fuera en un Campeonato Mundial de Futbol, en la lucha por la supremacía en el ajedrez o en cualquier campo de competencia deportiva, los Estados buscaban y buscan demostrar la integración de sus capacidades en todas las áreas de la actividad humana. Y ahora no es diferente.
El país sede, en esta ocasión Brasil, es el primero en la historia de Sudamérica que organiza unas Olimpiadas, aun pese a la grave crisis política por la que atraviesa y la presencia de competidores inmigrantes o exiliados.
La justa, más simbólica que real, indica la relevancia que tiene proyectar las capacidades para participar defendiendo y promocionando la imagen de cada país en el concierto mundial: en los sesentas, los setentas y los ochentas las disputas buscaban lograr los primeros lugares en todas y cada una de las competencias, pero ahora también se pretende la preponderancia en la mayor parte de las disciplinas. Si antes eran Estados Unidos, la Unión Soviética, la República Democrática de Alemania, Cuba y, en general, el bloque socialista contra el capitalista, ahora son para fortuna de las competencias distintas potencias, como la República Popular de China, Francia o Rusia, las que tratan de demostrar sus conquistas en las pistas, campos y demás instalaciones deportivas.
Equiparaciones
Por ejemplo, hay variables compatibles entre la cantidad de medallas conquistadas y la participación en el mercado mundial legal de las armas. Prácticamente hay una composición idéntica.
Otra variable compatible es la proyección y presencia de los países en los primeros lugares a nivel mundial en cuanto a intereses económicos, financieros y comerciales y el número de medallas olímpicas que conquistarán al concluir la competencia en Río de Janeiro.
Sin lugar a dudas también hay una notable equiparación entre los países de mayor desarrollo científico y tecnológico, respecto de aquellos que pretenden ocupar los primeros puestos en el medallero general.
Sin embargo, hay otras variables que no se ajustan como las anteriores. Por ejemplo, libertad y democracia. Allí China y Rusia, aunque pueden lograr posiciones relevantes en el deporte, no pueden ser calificadas como democracias plurales ni mucho menos.
También por lo que hace a otros países, la calidad de sus instituciones les condena a los últimos lugares del medallero. Desde luego que hay excepciones, como Jamaica, donde un puñado de corredores ha logrado más preseas en atletismo que toda Latinoamérica junta. Veremos si en esta ocasión repiten la hazaña.
Ganar medallas en las Olimpiadas genera para la población un evidente sentido de orgullo, pertenencia y, sobre todo, de identidad. Y este es probablemente el principal aliciente para los gobiernos que mediante una auténtica estrategia de desarrollo nacional prevén lo que se conoce como el poder suave a modo de una fuente muy importante de integración social.
Allí también deben ponderarse a la cultura y a las raíces antropológicas, entre otros elementos.
Aunque sería muy arriesgado establecer cierta analogía, las condiciones bajo las cuales cada Estado envía a su delegación a competir indican la capacidad para organizar un proyecto integral de nación. Sin duda es una oportunidad para demostrar los avances deportivos, pero también de capacidades para la proyección y defensa de los intereses nacionales. Estaremos atentos al papel que la delegación de México desempeñe a lo largo de las competencias.