ARTE Y DOLOR

“Para algunos artistas el dolor ha representado el punto de partida”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
Screen Shot 2022-03-22 at 10.45.47.png

Hace años, cuando era estudiante de pintura, recuerdo haber leído un manual de dibujo decimonónico que describía en uno de sus capítulos las posturas correctas del pintor para evitar posibles lesiones. Juventud, divino tesoro, descarté aquellos consejos pues yo no tenía entonces ninguna molestia en el cuerpo y no imaginaba siquiera lo que significaría padecerlas. Permanecer largas horas sosteniendo la misma postura o hacer movimientos repetitivos o en otros casos tener un estilo de vida predominantemente sedentario conduce a un desgaste físico en pintores, escultores, directores de orquesta, músicos y otros artistas, el cual quizá contraintuitivamente no es tan distante ni tan distinto al de los atletas de alto rendimiento; y la avería de la herramienta de trabajo —el propio cuerpo— puede conducir al declive de toda una carrera.

Y es que, a no ser que se trate de un bailarín, en cuyo caso la colocación del cuerpo es un hecho estético deliberado en sí mismo, ¿quién se detiene a pensar en su postura corporal cuando se encuentra absorto en el acto creativo? Si el origen del arte es el espíritu, el cuerpo físico es su vehículo: las manos, los ojos, las piernas, los oídos, los brazos, el cerebro. Y como ente matérico, el cuerpo es inevitablemente susceptible de cansarse, de enfermarse, de deteriorarse, de doler, de fallar, de envejecer y, desde luego, de morir.

Así, hay ocasiones en que el frenesí creativo afecta negativamente al cuerpo, mientras que en otras es el deterioro físico el que interfiere con el desempeño creativo. También ocurre que una cosa alimenta a la otra en una suerte de círculo vicioso. Para algunos artistas en la historia la enfermedad, la vejez o el dolor han representado una interrupción temporal o definitiva de su quehacer artístico. Fue, por ejemplo, el caso de Hans Rott, músico virtuoso y pupilo predilecto de Anton Bruckner, quien fue diagnosticado de tuberculosis, perdió la razón, intentó suicidarse varias veces y murió a los 25 años en un hospital siquiátrico. Me viene también a la mente La luz que se extingue, novela de Rudyard Kipling que narra la historia ficticia de Dick Heldar, un pintor que al quedarse ciego y no poder pintar más sacrifica su propia vida en el campo de batalla.

Esencia

Para otros artistas las dolencias del cuerpo han sido una prueba de perseverancia, un mero obstáculo a vencer. Se sabe que las prodigiosas manos de Miguel Ángel sufrían de artritis, que Handel se sumergía en aguas termales como tratamiento de una enfermedad cerebrovascular que padecía y que Beethoven siguió componiendo aún después de perder casi completamente la audición. Son conmovedoras las imágenes de Renoir, quien hacia sus últimos años pintaba con las manos severamente reumáticas amarradas a sus pinceles y el cuerpo sostenido por cojines. Respecto de los artistas que se sobreponen al sufrimiento escribió Stefan Zweig: “¡Oh, vida, cómo triunfas en los hombres que haces sufrir, conviertes la noche en día, el dolor en amor, y del infierno arrancas el himno de alabanza en tu honor! Pues el más doliente es el más sabio y quien te conoce tiene por fuerza que bendecirte (…)”

Y para otros artistas el dolor ha representado el punto de partida, así como el motor y el sentido mismo de su obra. Frida Kahlo es el ejemplo paradigmático de ello. También Goya hizo de la representación del sufrimiento uno de los puntos focales de su obra. Y no nada más el dolor físico, sino que las enfermedades de la mente también han sido determinantes del rumbo creativo de muchos grandes maestros como Bruckner, Van Gogh o Munch, quien afirmaba a propósito de la neurastenia que le fue diagnosticada: “No puedo deshacerme de mis enfermedades, pues hay mucho de mi obra que existe únicamente gracias a ellas”.

Para Hildegarda von Bingen, santa, mística y artista del siglo XI, la enfermedad constituía un posible camino hacia la virtud. Uno de los preceptos centrales de la doctrina cristiana es el poder reivindicativo y salvífico del dolor. La verdad es que el camino del sufrimiento físico y sicológico en la vida de los artistas parece más la regla que la excepción. Cabe entonces preguntarse si es que el arte puede trascender la extrema fragilidad del cuerpo y de la mente o si, más aún, este existe y se nutre gracias a ella. Los seres humanos estamos dotados de la capacidad para componer sinfonías y para hacer guerras. Es posible que, más allá de la salud o la enfermedad, la juventud o la vejez, la razón o la locura, sea la fuerza de la voluntad y la conciencia lo que se encuentra en la verdadera esencia del arte.