NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA

“Al igual que el éxito, el reconocimiento no es más que un truco de la mente”.

Juan Carlos del Valle
Columnas
DELVALLE Yo-sombra-II-Juan-Carlos-del-Valle.jpg

Cuando Jesucristo fue a predicar a Nazareth, tierra donde había crecido y donde lo conocían desde pequeño, fue recibido con escepticismo y hostilidad. Está escrito que después de aquel episodio Jesús sentenció: “De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra”. Este es, al parecer, el origen del refrán popular. Y es que la realidad se distorsiona cuando se está demasiado cerca y es difícil apreciarla en toda su magnitud. Es la distancia, ya sea temporal, física o sicológica, la que permite ver con claridad aquello que frecuentemente se desdibuja por la proximidad. Lo que es evidente para extraños suele pasar desapercibido ante familiares, amigos y compatriotas.

En alguna ocasión tuve oportunidad de conversar con un reconocido artista belga y me sorprendió escucharlo decir que Bélgica es el peor país cuando de reconocer a sus artistas se trata. Yo le respondí que seguramente nunca había estado en México. La película María Candelaria, de Emilio el Indio Fernández, fue desdeñada en nuestro país hasta que ganó la Palma de Oro de Cannes en 1946. Y como esta son innumerables las historias de cantantes, cineastas, actores, artistas visuales y bailarines —por no hablar de deportistas o científicos— que han tenido que probar su valía en el extranjero antes de ser aceptados y aclamados en su propio lugar de origen: Oralia Domínguez, Javier Camarena, Elisa Carrillo, Rolando Villazón, Isaac Hernández, Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón o Guillermo del Toro me vienen de inmediato a la mente. Es lamentable la constante fuga de talentos y de cerebros.

Una vez que, tras haber sido desestimado en su país, alguno de estos artistas ha alcanzado fama y reconocimiento en el exterior, vienen las ridículas manifestaciones de “orgullo mexicano” y las caravanas con sombrero ajeno, en un afán lamentable de apropiarse aunque sea una parte del mérito de otro; de pretender que la luz de un individuo talentoso es extensiva e ilumina a todo un país por mera asociación. Y también ocurre otro fenómeno paralelo: el ensalzamiento de los extranjeros solo por el hecho de serlo, la apología de tendencias e ideas prestadas, admirables únicamente por venir desde afuera.

Miedo

En ambos casos hay en el fondo un complejo histórico de inferioridad, una necesidad de validación externa para poder creer en la virtud propia y una mezcla de resentimiento y admiración, fascinación y envidia hacia quienes buscan forjar su propio camino. El ego es frágil e inseguro y por eso busca constantemente el reconocimiento. Y aún a pesar de que México es uno de los países territorialmente más grandes, geográficamente más aventajados, culturalmente más diversos y naturalmente más ricos, todas estas condiciones no parecen ser suficientes para creer que las oportunidades de éxito y prosperidad pueden —y deberían— generarse dentro en vez de fuera.

Y la paradoja es que mientras más se busca la mirada del otro es menos probable que se reciba. Y aunque cultural y socialmente estemos condicionados a reafirmarnos en los demás —y en ocasiones nuestro sustento básico dependa de ello—, la realidad es que buscar el valor propio a partir de la aprobación o los elogios externos interfiere con el desarrollo natural de uno mismo y lejos de generar seguridad refuerza y magnifica todas las inseguridades. Al igual que el éxito, el reconocimiento no es más que un truco de la mente.

La búsqueda anhelante de los aplausos externos y del falso y efímero sentido de seguridad que estos nos generan nos lleva a ignorarlo todo excepto ese logro mismo; provoca rivalidades, rencores, hostilidad y egoísmo. Mayor crecimiento habría en aspirar a desprenderse del miedo para reconocer lo que verdaderamente importa e ir hacia uno mismoi. Estaríamos mucho mejor si viviéramos en un mundo de Don Nadies.