LA VIDA IMITA AL ARTE

Juan Carlos del Valle
Columnas
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Se han escrito incontables volúmenes y se han vertido litros de tinta tratando de explicar y de definir la naturaleza inexplicable, inabarcable e indefinible, y a la vez inherentemente humana, del arte. La conclusión es que no hay conclusiones y que arte es todo aquello que los hombres han decidido señalar como arte. Decía Oscar Wilde que la vida es la mejor discípula del arte y que esta se modela a partir del arte y no al revés. Si Wilde tuviera razón y la vida que vivimos actualmente fuera una imitación del arte, ¿qué podría inferirse tanto del arte de nuestro tiempo como de la actualidad misma?

Y es que el arte es más un agente activo que un mero espejo pasivo. La historia del arte es la historia del hombre y podemos explicar el devenir de la vida desde el arte, o incluso como dice Wilde, vivirla a partir de él. El arte y su función ha sido cambiante a través de los siglos; ha sido un canal para la expresión personal y colectiva, la sanación del cuerpo y de la mente, la búsqueda de Dios, la promoción de causas sociales o políticas y mucho más. El arte no solo refleja sino que inspira, altera y estimula el devenir de las diferentes sociedades y los valores éticos y estéticos que ellas enarbolan. Así entonces, ¿cuáles son esos valores o antivalores que caracterizan la vida y el arte de la era que vivimos?

La pandemia del coronavirus, a pesar de toda la tristeza y adversidad que ha traído consigo, también nos ha ofrecido una posibilidad reflexiva sin precedentes sobre cómo era la vida antes de su llegada y cómo ha ido cambiando en el tiempo que ha durado este trance. La realidad es que el desolador estado actual del mundo no es casual sino consecuencia de las acciones del pasado, de la misma manera que el futuro se está configurando a partir de las acciones de hoy. A casi un año de haberse desatado la crisis prevalecen el miedo y el egoísmo sobre la activación comunitaria en pro del bien común. Por un lado, el Estado no ha sido capaz de procurar las condiciones elementales para garantizar la supervivencia sanitaria y económica. Por otro, abundan las muestras de irresponsabilidad por parte de la iniciativa privada y la población en general. ¿Qué arte puede provenir desde estos tiempos? O si es que la vida imita al arte, ¿qué tipo de arte es el que nos trajo hasta aquí?

Esperanza

La crisis de 2020 parece señalar el fin de un ciclo en la existencia humana y la llegada de uno nuevo y cabe preguntarse qué puede plantear el arte en esta era que comienza. Porque, como decía Ernesto Sábato, en el arte no hay progreso —como sí lo hay en la ciencia—, pero hay cambio. Entonces, ¿será capaz el nuevo arte de acercarnos más a la conciencia y a la dignidad humana? ¿Se decantará el arte por la materialidad de la obra física o por la inmaterialidad de lo digital, por la experiencia comunitaria o por la individual, por el verdadero acercamiento humano o por la simulación, por la búsqueda espiritual o por la mercantilización y la celebración del espectáculo?

Y más allá de lo que institucionalmente se legitime, de lo que se comunique como el nuevo arte dominante, es verdad que siempre hay voces individuales. La historia nos enseña que no están todos los que fueron ni fueron todos los que están, que se siguen rescatando artistas extraordinarios, olvidados en el polvo del tiempo y que así seguirá ocurriendo. Basta con estudiar la historia de Bach o del Greco, ambos relegados a la oscuridad después de su muerte para ser redescubiertos siglos después, por no hablar de tantas artistas mujeres cuyo trabajo se reivindica y valora póstumamente.

Decía Leonard Bernstein que hay siempre algo dentro de nosotros que nos empuja a creer en la continuidad y es ese tipo de voces las que permiten que haya alguna razón para tener esperanza. Y no me refiero a la esperanza manifestada como una expectativa puesta en un mejor futuro, sino como una luz brillante iluminando el camino en presente continuo.