Y AHORA, ¿DE QUÉ VIVIRÁ EL ARTISTA?

¿ ES POSIBLE ESCAPAR AL ESQUEMA DEL ARTE COMO NEGOCIO ?

Juan Carlos del Valle
Columnas
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La definición del artista ha sido cambiante a lo largo de la historia y tratar de acotarla sigue siendo una tarea problemática. Afirmar que un artista es aquel que hace obras de arte, las vende y vive gracias a ello, puede ser uno de los pocos parámetros objetivos y medibles que hay. Sin embargo –salvo excepciones– a los artistas siempre les ha sido difícil subsistir. Recuerdo la frase del poeta don Ricardo Sorbedo en la película “La colmena” –brillante adaptación de la novela homónima de Camilo José Cela–: “Yo he pasado hambre con la monarquía, con la dictadura, con la república y ahora con el glorioso Movimiento Nacional”. Y así también hoy en día, ¿a quién puede venderle su trabajo un artista en un mercado cada vez más saturado de oferta y más escaso de demanda?

El mecenazgo ha permitido la creación de algunas de las obras de arte más sobresalientes y trascendentales de la historia de la humanidad. Reyes, conquistadores y nobles comisionaban arte para comunicar su poder y aspirar a la inmortalidad. La Iglesia católica, quizá el máximo mecenas de la historia, hizo del arte su lenguaje. Y es bien sabida la manera en la que regímenes políticos del siglo XX usaron el arte como aparato propagandístico. Los ricos y poderosos entendían el enorme potencial transformador del arte y lo aprovechaban.

Y si bien es cierto que la existencia de sistemas de mecenazgo ha contribuido a asegurar la subsistencia de algunos artistas a través de la historia, a menudo el apoyo también venía acompañado de instrucciones específicas sobre qué hacer y cómo, estructurándose relaciones de poder desiguales entre artistas y patronos. A su vez, la aparición y evolución a lo largo del tiempo de vendedores de arte, museos, galerías, críticos y curadores legitimó, institucionalizó y consolidó un sistema que históricamente ha promovido y sostenido a los artistas y también ha ejercido control sobre ellos de diferentes maneras.

Un sacerdote alemán me dijo una vez que “la religión con mala pintura puede morir”. Y lo cierto es que no solo la Iglesia, sino muchos de los viejos bastiones del mecenazgo, como los gobiernos, parecen haber cortado lazos con el arte. Una reciente excepción es el caso de la sesión de fotos que le hizo Annie Leibovitz a Volodymyr Zelenskyy y la primera dama, Olena Zelenska, y que fue publicada en la revista Vogue con fines que, francamente, encuentro inexplicables.

Hoy en día los mecanismos de control sistémicos están perpetuados a través de una ilusoria sensación de libertad y autonomía. Si los artistas se han despojado en buena medida de las ataduras de las academias, los mecenas y los intermediarios y ahora pueden mostrar su trabajo masiva y gratuitamente a través de las redes sociales, también se encuentran permanente e irremediablemente sometidos a ellas. Este sometimiento se traduce como la necesidad de estar publicando cotidianamente imágenes de su trabajo, fomentando la noción de que el arte es gratis y desincentivando el coleccionismo en la vida real; como la trivialización del arte, presentándolo en el mismo espacio que se presentan los zapatos de moda o las fotos de las vacaciones; como la obsesión con la fama y las apariencias; o como la eterna comparación con artistas-celebridades millonarias y la aspiración insatisfecha a un estilo de vida basado en un consumismo insaciable.

Por otro lado, la expansión de las mega galerías con sucursales en las ciudades más importantes del mundo, las ventas estratosféricas de las casas de subasta internacionales y la explosión global de pomposas ferias de arte, pudieran hacer pensar en un mercado boyante y en un sistema pleno de oportunidades de crecimiento y visibilidad para los artistas. Sin embargo, se trata de un mero espejismo, un calculado negocio manipulado por una reducida cúpula elitista que excluye a la mayoría de los artistas y a la mayoría del arte.

El orden mundial tal como lo conocimos, parece haber colapsado estrepitosamente. La caída de las viejas estructuras parece estar dando paso a esquemas nuevos y bienintencionados, promovidos en su mayoría por artistas jóvenes, impelidos a hacer lo necesario para mostrar su trabajo y generar un coleccionismo genuinamente interesado en el arte y que les permita subsistir. Ante esta posibilidad de reconstrucción y reconfiguración de modelos, cabe la esperanza de un nuevo ciclo que desplace aquel sistema anquilosado y utilitario del arte como mero negocio, mismo que ha alimentado y a la vez se ha nutrido de una sociedad consumista y disfuncional, y que en su lugar se instaure un ecosistema artístico más justo para todos los involucrados, que inspire una sociedad más consciente, que comprenda y coseche los verdaderos alcances del arte.