La tragedia y el contexto

El problema no es la coyuntura sino los años que sigan.

Decenas de poblaciones quedaron devastadas
Foto: NTX
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Tiempo lluvioso. Una auténtica catástrofe de orden económico y social que la opinión pública quizá no ha terminado de dimensionar. Más de 20 estados con daños irreparables, o tal vez reparables si existen los recursos y paciencia de años para sostener un proceso racional de reconstrucción. Daño disperso en la multiplicación de comunidades aisladas, fiel reflejo de la ausencia absoluta de planeación urbana y ordenamiento territorial en México.

Una tragedia no solo por los fallecimientos, que alcanzarán una cifra mayor a los 150. No. No es solo eso. El número de damnificados perdurables en su patrimonio suma cientos de miles de personas. Perdieron todo, las pocas pertenencias que tenían y además el empleo precario que les permitía la subsistencia.

Es muy difícil todavía en este momento anticipar no solo el desarrollo de los acontecimientos, aún en la emergencia. A futuro, el escenario es de desastre económico en las regiones afectadas y vaya uno a saber con qué consecuencias sociales y políticas.

¿En qué contexto? En la coyuntura del desastre natural se agregan otro tipo de perturbaciones que, convergentes con la desesperanza, son inquietantes y una amenaza potencial de turbulencia.

Una larga cola de personas a la entrada de un estacionamiento en la calle de Morelos, a dos cuadras de Reforma, daba cuenta de los 200 pesos que se les pagaba a los manifestantes de la marcha de Andrés Manuel López Obrador y de Morena en rechazo a una presunta privatización del petróleo que absolutamente nadie ha propuesto.

Pero era mucha gente. Terminada la manifestación, también una numerosa hilera de participantes de la protesta en espera de su turno para recoger su cuota en un cajero automático.

Tiempos modernos: la bancarización del clientelismo.

Urgencia

Una oposición a la reforma energética que no plantea aquello que López Obrador supuso durante muchos años que algún día se plantearía y que, ante la realidad de las iniciativas planteadas por el PRI y el PAN, lo dejan sin discurso y sin argumento.

Pero eso no importa. El discurso lógico y el argumento objetivo es lo que menos cuenta ante el carisma popular, la compra de voluntades, la prédica del dogma y la demonización del adversario por encima de una reflexión sensata, con realismo de presente y visión de futuro. Sin embargo, si no se hace lo que él dice es traición a la patria, premisa de un conflicto político mayor.

Desde el 15 de agosto, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación ha hecho de la Ciudad de México una auténtica pocilga. Silencio de la autoridad local, para efectos prácticos.

Un gobierno federal concentrado y, paradójicamente, distraído en la emergencia meteorológica.

Una disidencia magisterial que no sabe ya que banderas enarbolar, a menos que piensen como verosímil su pretensión de que hablando con el presidente se pueden derogar las reformas a los artículos 3 y 73 de la Constitución, reformas que el propio jefe del Ejecutivo planteó al Congreso y cuya aprobación se consiguió.

Ahora se suman algunos grupitos universitarios. Se plantan y marchan.

En la lógica clientelar, el vocero del gobierno de Oaxaca declara que si no regresan los maestros a clases no se ejercerán 100 millones de pesos comprometidos para el mantenimiento de escuelas; 100 millones que habrían de ir a dar a manos de la Coordinadora, no al mantenimiento de escuelas. También el clientelismo se ejerce a través de gobiernos en funciones.

En ese contexto, ¿es posible emprender una reconstrucción viable y duradera? A México le urge una profunda transformación de prácticas, sean de gobiernos o de opositores.

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