Reforma política: ¿necesidad o mezquindad?

En un momento económico muy difícil que exige reformas estructurales, algunos anteponen sus intereses por la distribución del poder.  

Gustavo Madero, dirigente nacional del PAN
Foto: Facebook
Columnas
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Algunos partidos y legisladores insisten en señalar que una reforma política debe preceder a la discusión de otras reformas que, como la energética y la fiscal, bien llamadas estructurales, vendrían a cambiar el perfil económico de México en el siglo XXI y a modificar las precarias condiciones de calidad de vida de toda la población y que son cambios reclamados y necesitados con urgencia.

Pero, en fin, insisten en que la condición previa es la discusión y en su caso aprobación de algunas reformas políticas que no están en el radar de las preocupaciones ni de las prioridades de la gente común en su vida diaria.

¿Qué reformas proponen? Por ejemplo, la segunda vuelta en la elección presidencial. ¿Por qué razón? Según sus promotores, la segunda vuelta conferiría al presidente electo una mayor fortaleza para gobernar y una mayor legitimidad en el propio ejercicio de gobierno. Así dicho suena muy bien, pero no es tan simple. Como siempre, el diablo está en los detalles.

El planteamiento es que haya una primera fecha electoral en la que se elegiría presidente de la República y Congreso federal. En caso de que el candidato ganador en la votación presidencial no reuniera tales o cuales requisitos porcentuales, habría una segunda fecha para elegir solo presidente entre los dos punteros de la primera fecha. Parece sencillo, pero no lo es tanto.

En primer lugar, los partidos políticos y personajes que plantean esta fórmula alegan que se privilegia el pluralismo. Esto es, en la primera fecha electoral se elige un Congreso entre siete, ocho partidos o los que sean, y eso ya no se modifica en la segunda fecha. Lo que están defendiendo los proponentes que integran esos partidos chicos es una garantía de chamba legislativa bajo el manto de una defensa del pluralismo.

En segundo lugar, más importante, se prioriza un elemento subjetivo, como es el de legitimidad, por encima de algo tangible y medible, como es la eficacia gubernamental. Se abre la puerta a la prolongación de gobiernos divididos y enfrentados al Ejecutivo o, por el contrario, se obliga a que el Ejecutivo y su partido, el que sea, hagan alianzas o coaliciones muy forzadas y hasta contradictorias con la propia plataforma que haya encabezado el presidente que resulte electo en la segunda vuelta. Se pierde coherencia en el quehacer gubernamental y la expresión chantaje legislativo se convierte en regla de gobierno.

Sobrevivir

Lo que tal vez le podría convenir al país en este terreno, pero obviamente eso no beneficia a los actuales proponentes, es que en la primera fecha electoral solo se eligiera presidente y posteriormente, en una segunda fecha, se eligiera Congreso y/o en su caso se realizara la segunda vuelta presidencial.

La dupla de candidatura arrastraría la votación por el Congreso y si no, solo dos, máximo tres o cuatro partidos serían los receptores del voto popular con tendencia a que los restantes desaparecieran.

Todavía más atractivo para el elector —que no para los proponentes— serían tres fechas electorales: una, para presidente; otra, para la segunda vuelta presidencial, y una tercera solo para Congreso. Con un cronograma de ese tipo habría que ver cuántos partidos sobreviven.

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