LA CUMBRE DE LOS AGRAVIOS

“La Cumbre en Anchorage nos coloca frente a un futuro incierto y repleto de despeñaderos”.

Guillermo Deloya
Columnas
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Para todos los amantes del orden internacional los hechos ocurridos a mediados de marzo debieron ser vistos como el primer capítulo de una historia de terror.

El día 18 el equipo diplomático de élite del presidente Joe Biden se reunió con sus contrapartes chinas en Anchorage, Alaska. Según la postura oficial del gobierno norteamericano era una oportunidad para detallar “nuestros intereses, intenciones y prioridades, y adquirir algo de conocimiento sobre la posición de los chinos”. O como dice el periodista Alex Ward, de VOX, la reunión podría considerarse la primera cita entre dos exnovios tras una fuerte ruptura.

Con este preámbulo los aficionados a la geopolítica esperaban que la reunión significara el relanzamiento cordial y armónico de la relación más importante del planeta. Todos esperaban tensión —sin duda— pero pocos previeron la discusión explosiva que terminó aconteciendo.

El secretario de Estado, Antony Blinken, abrió la cancha con una letanía de quejas y agravios: el genocidio de Xinjiang, la represión en Hong Kong, las amenazas hacia Taiwán, los ciberataques contra Occidente, la coerción económica contra países aliados y el desprecio por las normativas globales.

Si cada interlocutor tenía dos minutos para exponer comentarios iniciales Yang Jiechi, principal diplomático chino, se agandalló sus buenos 18 minutos para enumerar todo aquello que China desaprueba del imperio yanqui: la desconfianza que los propios gringos tienen hacia la democracia, que EU es el “campeón” en ciberataques, los abusos de derechos humanos y los asesinatos de afroamericanos, las guerras que han iniciado en el mundo y la inequidad económica rampante. ¡Crista Jesusa! Eso no salió como esperábamos.

Precipicio

Lo peor de todo es que a diferencia de otras reuniones bilaterales aquí ambos países decidieron convertir su intercambio en un reality show, sacando los trapos sucios frente a las cámaras de televisión, las cuales transmitieron en vivo al mundo entero este afable y ameno soirée.

La situación siguió empeorando. Pocos días después EU, la Gran Bretaña y Canadá se unieron a la Unión Europea para imponer sanciones contra cuatro altos funcionarios chinos acusados de violaciones de derechos humanos contra los uigures en Xinjiang (ver Un genocidio sin importancia, en Vértigo #1045); quizá las sanciones más severas impuestas contra China desde la masacre de Tiananmen. Y si pusieron atención notarán que los países involucrados son los mismos que integran la OTAN —antiguamente el equipo antisoviético—, que ahora buscan poner en jaque a los chinos.

Obviamente Beijing no tardó en responder con sus propias sanciones contra personas e instituciones de la UE, aprovechando para decir que Europa “debe dejar de sermonear a otros sobre derechos humanos y de interferir en sus asuntos internos”. ¡Qué bonita relación!

Esto no es un asunto menor. Joe Biden lleva poco más de dos meses en la Presidencia y este primer (des)encuentro con China nos revela la turbulenta ruta que nos depara por lo menos durante los siguientes cuatro años. ¡Y ojo! Hablamos de las dos economías más importantes del planeta, las cuales ni siquiera pueden ponerse de acuerdo en cómo debería funcionar el mundo.

La Cumbre en Anchorage nos coloca frente a un futuro incierto y repleto de despeñaderos. China abandonó completamente la máxima de Deng Xiaoping —“Esconde tus fuerzas y espera tu momento”—, mostrando en cambio asertividad, agresividad y soberbia. Estados Unidos no dejará su posición como principal potencia global sin una batalla. En palabras de Alex Ward, “estamos ante el precipicio de una nueva relación entre China y Estados Unidos”.

Eso sí: esperemos que no nos arrastren a ese precipicio junto con ellos.