LAS REVOLUCIONES SON ETERNAS (2)

“En una dictadura siempre existirán grietas y fracturas en el aparato institucional”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
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Una pregunta quedó en el aire en mi texto anterior: ¿por qué los regímenes que emanan de una revolución perduran tanto tiempo, mientras que las democracias y las autocracias se desmoronan y colapsan?

Si olvidaron la trama se las repito rápidamente: Max Fisher y Amanda Taub (The New York Times) citan un estudio de Steven Levitsky (Universidad de Harvard) y Lucan Way (U. de Toronto). La investigación de estos académicos revela que desde 1900 los gobiernos fundados por una revolución, sin importar la ideología, han sido mucho más longevos que las dictaduras y las democracias.

De acuerdo con sus datos solamente 19% de las dictaduras sobrevive más de tres décadas, mientras que 71% de los regímenes revolucionarios superan este tiempo. No solo esto: en los últimos 121 años los países con un gobierno surgido de una revolución sufrieron menos protestas masivas, menos intentos de golpes de Estado y menos fisuras o rompimientos entre su élite gobernante. Todos estos factores —cabe decir— son las principales causas de muerte de los otros regímenes.

La vez pasada no pude explicarles el porqué de esto. Pero ahora sí hay espacio, así que ahí les va.

De entrada, la respuesta puede resumirse en dos conceptos básicos: la institucionalización y la cohesión.

El equipo de Levitsky analizó un grupo de diez regímenes revolucionarios y encontró que existe una similitud compartida por todos: sus revoluciones totalmente “rediseñaron” a la sociedad y a la arquitectura del Estado. Dicho de otra manera: la razón de su supervivencia no es ideológica sino estructural.

Visión

Fisher y Taub lo explican así en su columna: en una dictadura común y corriente, aun cuando el autócrata tenga un enorme poder, siempre existirán grietas y fracturas en el aparato institucional. Cada rama del gobierno —la burocracia, el ejército, las cortes, el clero, etcétera— tendrá su propio poder, su propia agenda y sus propios intereses. Esto termina por causar toda clase de enfrentamientos internos que entorpecen o debilitan al régimen.

Contrario a lo anterior, en los gobiernos revolucionarios todo el aparato está controlado por una camarilla, generalmente los veteranos de la revolución. Estos individuos podrán competir o enemistarse, pero su lealtad última es usualmente hacia “la causa” que los llevó al poder.

Sumado a esto las dictaduras tradicionales suelen surgir de una democracia que colapsa. Pero una vez en el poder un dictador no tiene una estructura de gobierno institucionalizada ni tampoco una narrativa que pueda cohesionar a la sociedad. Sin esta institucionalización o cohesión basta con que llegue una gran crisis (económica, política, ideológica) para que su gobierno se derrumbe.

Las revoluciones, en cambio, suelen llegar al poder tras una revuelta armada. Esto hace que una vez adquirido el poder se mantenga una visión militarista a la hora de gobernar. Y como en muchas ocasiones el nuevo régimen debe lidiar con una contrarrevolución armada, esto refuerza aún más la filosofía militar y la permea a la sociedad entera, aumentando la cohesión bajo esta visión.

Esta narrativa la vemos incluso ahora, cuando las protestas recientes en Cuba o Irán han hecho poco para desestabilizar a esos regímenes revolucionarios. Al contrario, más bien parece que tras cada protesta el núcleo estatal se repliega, se cohesiona, se refuerza y luego contraataca. Mientras las protestas son material tóxico para las democracias y dictaduras, los regímenes revolucionarios parecen fortalecerse de ellas.

Al final, si queremos salvaguardar nuestra democracia es imperativo mantener sano el andamiaje que la soporta. La historia demuestra que buscar un cambio a través de una revolución podrá parecer atractivo, pero termina por ser un calvario sin final. Pero nada de esto pasa en México... ¿verdad?