LOS VENGADORES DEMOCRÁTICOS

“En múltiples latitudes del mundo las democracias muestran señales de desgaste”.

Juan Pablo Delgado
Columnas
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¡Ahora sí, raza! Después de cuatro años de esquizofrenia, caos, incertidumbre y el nativismo de Donald Trump, el tío Biden llegó a Europa para juntar de nuevo al equipo de los Vengadores Democráticos (Vaitiare Mateos dixit) y encontrar la manera de salvar al mundo. Fue, en palabras de la periodista Amanda Mars, “el regreso del hijo pródigo”. El enemigo común para el Grupo de los Siete (G-7) es —obviamente— China, junto con todas las fuerzas malvadas de los regímenes autoritarios.

Retomando la seriedad: la principal conclusión que podemos sacar de las reuniones del G-7 y la OTAN a mediados de junio es el reconocimiento de las principales democracias en el sentido de que su bando es apaleado —¡y de qué manera!— por el autoritarismo a nivel global.

Ya comentamos en este espacio varias veces cómo el tablero geopolítico muestra un claro retroceso de las democracias, al tiempo que los regímenes autoritarios ganan más terreno. Recapitulando rápidamente: en la actualidad solamente 8.4% de la población mundial vive en una democracia plena mientras que más de 30% vive en un sistema autoritario (The Economist Intelligence Unit). Por si fuera poco, en el 2020 más de 100 países se han vuelto “menos democráticos” (Freedom House).

Con estas cifras queda claro que la prioridad de las principales democracias del mundo es recuperar terreno, sumar aliados y contener las diversas manifestaciones antiliberales. Como bien lo dijo el presidente Joe Biden al concluir el encuentro del G-7: “Estamos en una competencia, no con China per se, sino en competencia con autócratas y gobiernos autoritarios en todo el mundo”.

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Al día siguiente, en la reunión de la OTAN, Biden volvió a subrayar este tema. El documento final de esta alianza militar de 30 países también menciona por primera vez a China como un problema para la seguridad global, indicando que representa “un desafío sistémico al orden internacional con base en reglas y normativas”.

Concuerdo con el presidente norteamericano y no dudo que sus intenciones sean loables. Las democracias sí están en retroceso y China representa un reto mayúsculo para las libertades civiles, políticas y económicas de los ciudadanos del mundo.

Sin embargo debo aceptar que el discurso actual del liberalismo democrático es —por decirlo de alguna manera— carente de emoción y de inspiración. En múltiples latitudes del mundo las democracias muestran señales de desgaste y agotamiento, llevando a un descontento, rabia y desilusión generalizados. Como ejemplo basta ver lo sucedido el 6 de enero en Washington DC.

Por su parte, China celebró el pasado 1 de julio el centenario de la fundación de su Partido Comunista y como era de esperarse tomó la oportunidad para mostrar que su sistema ha permitido un crecimiento económico inigualable en la historia de la humanidad y el supuesto regreso de ese país a su lugar histórico en los asuntos globales. Nadie se sorprendió por que no se hablara de la opresión, el genocidio de los uigures o la represión a la libertad de expresión en Hong Kong. Pero bueno, era su fiesta y no la nuestra.

Si estamos en el preámbulo de una nueva Guerra Fría entre las democracias y los gobiernos autoritarios creo que esta batalla en gran parte se ganará por los resultados económicos y sociales que cada sistema logre otorgar a su población, pero también por la retórica mediática y el “marketing” político. El vencedor será el más persuasivo, aquel que logre capturar al mayor número de mentes y corazones a nivel mundial.

Al día de hoy todo parece indicar que China nos está comiendo el mandado.