LA MEDIACIÓN Y LA VIOLENCIA FAMILIAR

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Columnas
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Durante estas semanas de contingencia y aislamiento entre las familias, al estar en una constante convivencia, pueden salir a flote diversas emociones y con estas generarse conflictos ocasionados por la falta de comunicación, por intolerancia, por frustración, por cuestiones económicas o por el mismo estrés de la situación que hoy vivimos.

Cada uno de nosotros, como seres humanos e integrantes de una familia, jugamos un papel y tenemos distintas formas de entender y percibir las situaciones que a diario se desenvuelven, así como maneras distintas de afrontar y actuar ante los problemas que se presentan. Y, de no saber gestionarlos, los conflictos pueden escalar a niveles de violencia verbal o física y a un punto irreconciliable.

Sin duda las cuestiones sanitarias y económicas en este momento son prioritarias; sin embargo una de las situaciones que ha afectado de manera importante a nuestra sociedad y que se ha potencializado es la violencia que está afectando a los integrantes de la familia.

La violencia familiar, también conocida como doméstica, es aquella ejercida por los miembros de la familia y se entiende como esos daños o abusos físicos, sicológicos, sexuales o económicos que son intencionados y repetidos para controlar, manipular o atentar contra algún integrante de la familia.

Una experta sobre el tema, Leonore Walker, sicóloga norteamericana y activista feminista, estableció en su obra The battered woman el ciclo de violencia que sufren las víctimas. Esto en cuatro fases: la primera es la fase de calma y en esta no hay discusiones; la segunda, fase de acumulación de tensión, comienza la tensión y va en aumento, se hacen presentes las diferencias y aparece el maltrato sicológico, quien lo ejerce quiere controlar todo, realiza menosprecios, sarcasmos, largos silencios y pueden producirse agresiones físicas; la tercera es la fase de explosión, en la cual el agresor descarga toda la tensión de la segunda fase y resultan agresiones físicas, sicológicas y sexuales; finalmente, la cuarta, fase de luna de miel, es donde el agresor muestra arrepentimiento por sus hechos y trata de realizar conductas compensatorias con el afán de demostrar que no volverá a pasar.

Técnica

Estos ciclos, de no solucionarse, podrán repetirse e ir escalando cada vez a un mayor grado. Es un proceso complejo que, en muchas de las ocasiones, la víctima necesita ayuda de terceros para empoderarse y hacer cambios radicales en su vida.

La mediación en la actualidad ha tomado una gran relevancia, primero, porque los tribunales continúan cerrados; y, segundo y más importante, porque funge como ese medio en el que un tercero neutral e imparcial ayuda a que las partes en conflicto lleguen a un acuerdo; pero no un acuerdo impositivo sino uno en que cada una de las partes encuentre la satisfacción a sus intereses y necesidades. Además de esto funge como un procedimiento que empodera en igualdad de condiciones a las partes, se privilegia la comunicación y, de alcanzarlo, se encuentran las soluciones de manera cooperativa; es decir, las partes miran a un fin común.

Finalmente, concatenándolo con lo anterior, queremos recomendar una técnica denominada la mesa de la paz, que puede ayudar a resolver los conflictos en el hogar.

¿En qué consiste? Es una técnica para ayudar a que las emociones no se desborden. Se trata, como su nombre lo indica, de reunir a cada integrante de la familia en una mesa, cada uno en una silla, y en ella se deberán colocar varios objetos con una función distinta: a) un reloj con el que se permita tomar el tiempo, por lo menos un minuto; b) un objeto relajante, como puede ser una pelota, con la finalidad de que se la pasen cada vez que tomen la palabra; y, c) una campana o timbre, que se utilizará cuando los miembros de la familia resuelvan los problemas. Se recomienda quitar distractores, como los celulares.

Es importante mencionar que no debe ser obligatoria la participación sino voluntaria. Una vez reunidos hay que contextualizar con los integrantes qué es la mesa de la paz y qué se pretende, es decir, resolver los disgustos o problemas que se tengan. Por otro lado se recomienda que uno actúe como mediador. Es vital aclarar que no fungirá como juez con la decisión final sino como facilitador y deberá poner una serie de reglas para mantener un clima de respeto: no gritar, no interrumpir o no burlarse. Finalmente cada uno de los integrantes serán quienes encuentren ideas y soluciones.

Lo más importante es que traten de expresar asertivamente sus emociones y expliquen por qué se sienten así y, sobre todo, un punto fundamental, cómo les gustaría solucionarlo. Los miembros entrarán en una fase de negociación, en la cual debe imperar el respeto, y una vez vislumbradas las posibles soluciones podrán estar de acuerdo en elegir la que más les satisfaga. La decisión final podrán anotarla en un papel y, como cuestión simbólica, firmarla.