HISTORIAS DEL CLÍTORIS (5)

“El cerebro de Mónica y yo trabajamos en equipo”.

Mónica Soto Icaza
Columnas
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Esta mañana conocí a mi nuevo mejor amigo. Regresamos de dejar a los niños a la escuela. Mi dueña estaba algo cansada y melancólica, decidió terminar con uno de sus novios y le ha costado trabajo elaborar el duelo, así que quiso ayudarse con su estrategia predilecta en contra del desánimo: ir en búsqueda del bien ponderado y jamás igualado “orgasmo nuestro de cada día”.

Mónica se quitó la ropa, caminó al armario, de la parte más alta sacó una bolsa roja de satín. Se sentó en la cama, abrió el saco de tela y lo vi salir: un aparato azul con blanco, alargado de un lado y chato del otro, con una boca pronunciando una O mayúscula perpetua. Para ser franco el aspecto de tal dispositivo no era muy seductor que digamos, por eso no fue amor a primera vista.

Acostada en la cama, mi lujuriosa favorita abrió las piernas hasta la máxima resistencia. El frío de las 8:30 horas me visitó por segundos. Mónica apretó el botón que encendió la luz azul en la garganta de la O. La vi acercarse y ¡bum! Demasiado fuerte; me hice chiquito entre algo de malestar y curiosidad.

Mónica quitó a O de mí, cerró un poco las piernas, volvió a acercarlo a la vulva. Exploró el área con diferentes niveles de vibración en distintos lugares, hasta que encontró uno donde me hizo cosquillas, ya no de esas que duelen ni dan risa, sino de esas que gustan y dan gozo.

Supongo que Mónica cerró los ojos. Empezó a subir y bajar la cadera como cuando abraza a un señor desnudo y ya le urge que me acaricien con la punta y luego el cuerpo de esa bestia que se yergue amenazante hacia el centro de su cuerpo, pero que sucumbe al placer desde el primer contacto.

Fusión

El cerebro de Mónica y yo trabajamos en equipo. A él se le ocurren ideas loquísimas acerca de lo que ella tiene ganas de hacer o a veces se acuerda de algo que ya hicimos y así es como comienza la fiesta. Esta mañana la elección estratégica fue imaginarse a su compañero sexual favorito en comunión con una mujer sin rostro ni cuerpo definido; es lo bueno de saber que él hace lo que hace con otras señoras, pero no conocer la cara de ninguna de ellas, así es más fácil mantener a raya los celos.

En la mente de Mónica él se abalanzó hacia una boca muy roja rodeada de una melena rubia y ondulada. Junto al beso también le puso las manos encima en la superficie de piel posible, con especial acento en las tetas, la cintura, los muslos, el cuello. El beso se resbaló hacia la hendidura entre las clavículas, luego a uno de los pezones, al otro, a la línea del abdomen, el ombligo y llegó hasta mi colega Clítoris, más grande que yo y ligeramente salido de los labios.

Yo me mojaba a cada cambio de sitio de ese hombre imaginario en el cuerpo de esa mujer imaginaria, el vientre de Mónica se contraía despacio e iba aumentando la velocidad. Él agarró de la mano a su objeto de conquista, la sentó a la orilla de la cama, terminó de desabrocharse los jeans, colocó la erección en la boca. Ella la abrió despacio, le dio la bienvenida a lengüetazos. Una vez adentro por completo subió la velocidad de cero a 100 kilómetros por hora en tres segundos, succionó y liberó. Succión, libertad. Ella se abrió de piernas sobre la cama, como Mónica en ese momento. Él le puso el glande entre los labios mayores, ella, como con la boca, lo dejó entrar lento. Ya que lo tuvo hasta el fondo aceleró de cero a 100 en tres segundos, sus humedades se hilvanaron hacia las nalgas de ella, con destino en el colchón.

En ese momento conocí el verdadero significado de la magia, descubrí que la fusión de las fantasías con el aparatito azul con blanco se convertiría en nuestra mejor aliada para aumentar el ritmo cardiaco de Mónica y mi récord de orgasmos. Porque este Clítoris aún tiene muchas historias que contar.