AÑO DE OFICIO Y DIPLOMACIA

Guillermo Deloya
Columnas
2024 DIPLOMACIA

Estamos en la puerta de entrada de un año que destaca por las enormes incertidumbres que genera: 2024 implica una amplísima definición de rumbos mediante elecciones en gran parte del orbe y virajes de mando que por igual podrían procurar cambios de régimen y políticas en general.

Ante ello, nuestro país juega un importante, sino que más bien crucial papel de engranaje en toda América Latina, donde mucho habrá que aportar si es que tomamos en conjunto un rol participativo y de aportación positiva mediante nuestra política exterior. Cabe decir que grave ha sido el deterioro que hemos experimentado y México se ha relegado en tal protagonismo, entre otros motivos por el apego que profesa a gobiernos autoritarios como Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Es ahí donde el piso de soporte para las relaciones exteriores del país, fundamentalmente aquellas que se tienen con Estados Unidos, se aprecia con hondas cuarteaduras y debilidades estructurales. EU estará transitando por un proceso electoral sumamente controvertido y ácido. La reyerta interna propicia una confrontación abierta de la sociedad con una polarización que amenaza con trastocar la estabilidad de una potencia, con posibles implicaciones continentales. Pero para lo que a nuestro país respecta, en el horizonte se avizoran tormentas: una creciente demanda de fentanilo en territorio estadunidense con fuentes de provisión mexicanas y un problema migratorio que parece no tener posibilidades de contención son una mezcla perfecta para la radicalización de posturas y exigencias a México desde el vecino del norte.

La posición republicana cada vez se agudiza más, al grado de poner contra la pared a demócratas que no tienen más salida que sumarse a la demanda hacia nuestra nación. Así, México pasará a ser una pieza estratégica en la elección norteamericana, fungiendo como una especie de saco de golpeo con mayores implicaciones de deterioro de la relación bilateral.

Desconfianza

Por otra parte, el mundo avanza rápido y la política exterior mexicana debería alinearse como un complemento estratégico de la economía para sacar ventaja del multimencionado nearshoring que, sobra decir, mucho se ha mencionado en la teoría, pero poco se ha podido aterrizar en lo práctico para que la posición geográfica del país sea un real aliciente para la inversión y la detonación de prosperidad.

México no ha aprovechado la ventaja de frontera con EU para atraer la inversión que derivó del retiro de intereses en Asia por parte de los norteamericanos y sigue recibiendo hasta 2.4 veces menos inversión extranjera que Canadá en este carril y hasta 2.7 veces menos que Brasil, aún con la notoria lejanía de esta nación con respecto de Norteamérica.

Sería lamentable que no actuáramos en consecuencia, sobre todo en materia de producción energética, cuando ya oficialmente EU decretó el incremento de inversiones que garanticen y fortalezcan las cadenas de suministros, además por la opción de transitar en políticas de eliminación arancelaria y de fomento a la inversión apoyada por organismos internacionales.

México debe estar listo, ya que todo se alinea para una relocalización industrial hacia América Latina y el Caribe por parte de los norteamericanos; el TMEC mismo ya se actualizó para ampliar el contenido regional en manufactura y para la infraestructura energética y de corredores industriales. Adicionalmente, se avizoran oportunidades únicas con la rectoría de Perú en la Alianza del Pacífico para la colocación de minerales críticos, donde México afortunadamente es líder en yacimientos próximos a la frontera norte.

Pero quizá la parte más crítica es la más obvia. México debe comportarse a la altura de un mundo demandante de seriedad y definiciones en cuanto a política exterior se refiere. Las posturas oscilantes, la ausencia injustificada y a veces caprichosa de nuestro país en los grandes foros internacionales y la cercanía procurada hacia regímenes dictatoriales han diluido un prestigio ganado en años como líder latinoamericano. Todo ello ha llevado a la desconfianza y retiro de apoyos de quienes en su momento fueran aliados; ha procurado la disminución de participación extranjera; y, en suma, ha hecho un daño a la economía. Esta es la ocasión para volver a brillar. Que 2024 traiga el protagonismo justificado y la sensatez deseada.