EL APOCALIPSIS ES LO DE HOY

“Terreno fértil para explorar nuevas éticas de coexistencia”.

Ignacio Anaya
Columnas
APOCALIPSIS

Si algo han demostrado los éxitos de series como The Last of Us y Fallout es que, por un lado, los videojuegos cuentan con narrativas que aunadas a una buena trama y guion tienen lo necesario para convertirse en éxitos más allá del mundo del videojuego, capaces de atraer a nuevos públicos; y, por otro, para intereses de este escrito, también muestran que las historias posapocalípticas generan una gran atracción a las masas.

Está claro que no fueron las primeras, ni mucho menos serán las últimas, con una historia que gira en torno al fin de la civilización humana tal como la conocemos. En cambio, están insertadas en un pensamiento posmoderno que ha caracterizado al género de la ciencia ficción y en general a varias producciones de entretenimiento: el mundo después de su fin.

Tanto The Last of US como Fallout, junto con otras series, películas, libros, videojuegos y otros medios juegan con el sentido de un final que recorre el imaginario de las sociedades posmodernas.

Las narrativas apocalípticas y posapocalípticas son espejos de la ansiedad contemporánea y de la preocupación por la fragilidad de la condición humana frente a cataclismos reales o imaginarios.

El género postapocalíptico alimenta la sensación de un fin que ha permeado el imaginario cultural desde la antigüedad hasta la actualidad. Estas narrativas modernas, a diferencia de las ficciones apocalípticas de antaño que preveían un fin inminente e inevitable (se acabó todo, no hay después), revelan un presente sin visión clara, un “presente sin vista” que se proyecta hacia un futuro incierto. El apocalipsis no se limita a ser aquel fin que se aproxima, sino toda la actualidad que rodea a los protagonistas. El reto para los sobrevivientes es seguir viviendo en ese mundo donde el final ya sucedió.

Proceso

Estos relatos se convierten en terreno fértil para explorar nuevas éticas de coexistencia. Así, en The Last of Us y Fallout los espectadores somos confrontados con una crítica subyacente del antropocentrismo y con la invitación a imaginar futuros alternativos donde la civilización pueda evolucionar o incluso ser radicalmente diferente.

Más allá del entretenimiento inmediato, estas representaciones poseen una resonancia profunda con las inquietudes contemporáneas. Encarnan el temor y la fascinación con el colapso y la posibilidad de un nuevo comienzo, una especie de tabla rasa para la humanidad. A través de estas lentes las masas confrontan el fin de la civilización no como una conclusión, sino como un punto de transición —una oportunidad para interrogar y volver a imaginar nuestras estructuras sociales, políticas y medioambientales.

Estas historias se convierten en artefactos culturales de una era definida por la incertidumbre. En su núcleo hay un sentido de pérdida no solo de vidas o infraestructuras, sino también de normalidad y continuidad histórica. Esta sensación de finitud permea el imaginario de la sociedad contemporánea, que ahora se enfrenta a la muy real posibilidad de desastres ambientales, tecnológicos y guerras con consecuencias globales.

Así, el apocalipsis como concepto se ha transformado: ya no es una culminación, sino un proceso en curso, una condición persistente que obliga a la humanidad a adaptarse y reconsiderar su lugar en el planeta. ¿Ya lo estaremos viviendo?