La tragedia que vive el estado norteamericano de Texas como consecuencia de que las torrenciales lluvias de este fin de semana provocaron el desbordamiento del río Guadalupe, en el oeste del condado de Kerr, cerca de la ciudad de Austin, deja hasta el momento de redactar esta colaboración más de 150 muertos, incluyendo 27 niñas y niños.
Hay un número indeterminado de desaparecidos, entre ellas once niñas que se encontraban en el legendario campamento de verano Mystic, cuyo propietario y coordinador se cuenta también entre el número de muertos (con información de Texas Public Radio).
Estos acontecimientos nos traen a la dramática realidad de las manifestaciones de fenómenos meteorológicos recientes en el mundo y la insólita fuerza con que se manifiestan.
Desde el viernes pasado comenzaron las lluvias y el pronóstico de las autoridades federales de Estados Unidos es que muy probablemente continuarán. Estas inundaciones ya han sido catalogadas como “históricas” no solo por el volumen de agua que se precipitó, sino también por su fuerza destructiva, que lo mismo arrasó casas completas que puentes vehiculares de concreto.
Las escenas son de tal dramatismo, que de inmediato mueven a la solidaridad y empatía; sin atisbos políticos, la atención a estos fenómenos de la naturaleza nos llama a una profunda reflexión respecto del desequilibrio ambiental que vivimos y que deja atrás cualquier suposición de su inexistencia.
Tema central
Ahí están los incendios en Grecia, que en una desafortunada coincidencia también fueron declarados como una catástrofe el viernes de la semana anterior. Estos avanzan de manera peligrosa hacia Atenas.
En medio de la ola de calor que agobia a Europa, se han registrado temperaturas récord que amenazan con provocar otros incendios. Reportes de fallecimientos de personas afectadas por lo que se conoce como golpe de calor ya se registran en España, Francia, Italia y, desde luego, Grecia. Las autoridades de la Unión Europea toman medidas de emergencia para contener los estragos que entre la población pudieran darse, además de los daños a la naturaleza y especies animales endémicas.
Mientras tanto, en México, según notas publicadas también el fin de semana pasado, en la montaña más alta, el Pico de Orizaba, el último glaciar, el Jamapa, ha sido declarado en proceso de extinción.
Este cuerpo de hielo conocido también como el Glaciar Norte, es —¿era?— el más grande del volcán. Los especialistas atribuyen dicha situación, a la caída de lluvia templada, al aumento de la temperatura, así como a la voraz e incontenible tala ilegal, lo que afecta de manera irreversible a los mantos freáticos y a la reproducción de árboles.
Como se sabe, la filtración de estos tipos de glaciares abastece de agua a poblaciones enteras, además del consumo para la producción de ganado y alimentos hortícolas y frutícolas (indican datos de la Universidad Veracruzana, publicados en la editorial Springer Nature).
Para recordar: en abril de 2021 los glaciares de la Mujer dormida o Iztaccíhuatl fueron declarados extintos. El último en desaparecer fue el Ayoloco.
Como se lee, los procesos de afectación al medio ambiente global, así como las graves repercusiones para la población, ya no son objeto para la aplicación de medidas que poco o en nada contribuyen a por lo menos contener el calentamiento global: es indispensable la aplicación de medidas que sobrepasen los criterios políticos e ideológicos para estar en condiciones de procesar los fenómenos naturales. Esto, por un lado; por el otro, y como tema de esta colaboración, las afectaciones sociales y de estabilidad política propiciadas por el cambio climático representan un tema central en la agenda de seguridad nacional.