EL FIN DE LA CONTINUIDAD

Juan Carlos del Valle
Columnas
Juan Carlos del Valle, The Lost Sheep (Anything), óleo sobre tela, 30 x 40 cm

Se dice que el incendio de la antigua Biblioteca de Alejandría es una de las peores pérdidas de patrimonio literario, científico y cultural en la historia de la humanidad. Tomos enteros de filosofía, poesía, ciencias naturales y otras áreas del saber existente en aquel momento se perdieron sin remedio. Hay muchos mitos y teorías en torno de su desaparición y algunos expertos creen que no fue solo un incendio, sino que se trató de una destrucción paulatina a lo largo de varios siglos. Parece ser que el golpe de gracia se lo dieron los árabes, quienes al invadir Egipto decidieron mandar al fuego todo el saber que no se alineara con el Corán. La célebre tragedia de Alejandría ilustra un hecho que se ha repetido incontables veces en la historia y hasta la actualidad: para que cualquier proceso colonizador —militar o ideológico— sea efectivo necesita erradicar el pasado.

Afirmaba Ernesto Sábato que en el arte no hay progreso en el sentido que existe para la ciencia y que, si bien nuestras matemáticas son superiores a las de Pitágoras, nuestra escultura no es mejor que la de Ramsés II. A la luz de esta reflexión puede verse la historia de la pintura como una sucesión de ciclos que responden a concepciones cambiantes del mundo y de la existencia y con cada nuevo ciclo se produce una colonización del anterior.

Los historiadores del arte a menudo emplean el término escuela para referirse a un grupo de artistas que compartían un estilo, influencias o pensamiento. Normalmente se le vincula a una misma época y ubicación geográfica —la escuela veneciana de pintura o la escuela de París, por ejemplo— e implicaba un sistema de aprendices a través del cual nuevos artistas aprendían el oficio de los maestros y a su vez lo transmitían a la generación venidera, asegurando una suerte de continuidad. En esa transmisión generacional de conocimientos los nuevos artistas solían desafiar las enseñanzas de sus maestros y llegaban a exploraciones artísticas diferentes a las de sus predecesores. No obstante, había un acervo de aprendizajes, una acumulación de saberes que se iba asimilando y digiriendo por las diferentes generaciones al transitar de un ciclo a otro.

Analfabetismo pictórico

Al hablar de la llamada escuela mexicana de pintura, la cual agrupó a algunos de los artistas más destacados en México durante la primera mitad del siglo XX, cabe cuestionarse si esa noción de escuela es aplicable a este movimiento: ¿Había una estructura de maestros y aprendices? ¿Tuvo continuidad más allá de la ideología nacionalista que permeó en muchos artistas posteriores? ¿Hay en el presente herederos artísticos de aquella supuesta escuela? ¿Qué sucedió con el conocimiento del oficio que tenían aquellos grandes artistas?

Y es que el arte actual supone una cancelación deliberada y radical de todo lo que se había hecho antes; la negación del oficio y de la técnica, de la figura del maestro y de la propia idea de arte. Las facultades y escuelas de arte han diseñado sus planes de estudio conforme a la premisa de que no vale la pena preservar el pasado. En el discurso oficial la pintura ha sido desplazada y en el mejor de los casos se enseña en un lapso demasiado breve, por maestros que frecuentemente no tienen habilidades para dibujar o pintar —ya que tampoco recibieron la formación adecuada— y que imparten nociones generales detrás de un escritorio.

Si a lo anterior se suman factores humanos como el ego, la falta de generosidad o de vocación de algunos maestros y la desidia y ausencia de talento de muchos alumnos, estamos ante una verdadera crisis de la transmisión generacional de conocimientos. Si un pintor en ciernes desea realmente aprender a pintar, ha de hacerlo por sus propios medios, sin contar con la invaluable herencia de la sabiduría de los pintores que vinieron antes que él, transmitida por sus maestros.

La pintura no puede acabarse, pues es una necesidad innata al ser humano. Y si bien es imposible anular el impulso natural de pintar, sí puede desaparecer el conocimiento del oficio acumulado por siglos, como sucedió irremediablemente en Alejandría. La cancelación del pasado está borrando los saberes ancestrales que se habían heredado por siglos. Estamos en una era de analfabetismo pictórico, plena de exploraciones autodidactas bienintencionadas, pero a menudo insuficientes, que se extienden al espectador de mirada desentendida.