El hábito no hace al monje, pero lo ayuda.
Filosofía popular
El traje de luces tiene sus raíces en el siglo XVIII, cuando la tauromaquia empezó a formalizarse como un espectáculo reglamentado y popular. En sus inicios los toreros no llevaban un atuendo específico: vestían como caballeros o como campesinos, dependiendo de su clase social.
Sin embargo, conforme las corridas de toros comenzaron a institucionalizarse y atraer multitudes surgió la necesidad de diferenciar visualmente al torero de otros personajes de la arena, así como de realzar su figura y darle un carácter ceremonial.
Fue entonces cuando los majos y majas madrileños —figuras populares del siglo XVIII reconocidas por su vestimenta llamativa y ostentosa— influyeron de manera decisiva en el estilo del traje taurino. Esta moda callejera, caracterizada por chaquetas cortas, pantalones ceñidos, bordados vistosos y colores intensos, se adaptó al ruedo, dándole al traje de luces su aire barroco y teatral.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX el traje comenzó a adquirir su estructura definitiva. Se incorporaron materiales como el terciopelo, la seda y el satén, y empezaron a usarse bordados metálicos de oro y plata, que al reflejar la luz del sol o de las lámparas dieron origen al nombre “traje de luces”.
El diseño del traje se estandarizó en tres piezas principales: chaquetilla, corta, rígida y bordada profusamente, no permite levantar los brazos más allá de los hombros, lo que obliga al torero a moverlos con elegancia; taleguilla, pantalón ajustado que llega justo debajo de la rodilla, sostenido con tirantes y adornado con borlas y bordados; y, chaleco, que va debajo de la chaquetilla y complementa el conjunto visual. Además, el atuendo incluye medias rosas, zapatillas negras de suela fina y, en muchos casos, una capa o capote de paseo, que se luce durante el paseíllo antes de la lidia.
Durante el siglo XIX los sastres especializados en trajes de torero, como los célebres Justo Algaba o Félix Rodríguez, comenzaron a perfeccionar las técnicas de confección, con lo que el traje se convirtió en una auténtica obra de arte textil. Madrid y Sevilla se convirtieron en los principales centros de producción.
El traje de luces no solo es un atuendo funcional y estético, sino que también está cargado de simbolismo. Su esplendor representa el carácter heroico del torero, su disposición a enfrentarse a la muerte y su deseo de brillar —literalmente— frente al público.
Los colores del traje no son elegidos al azar. Muchos toreros repiten colores específicos que consideran de buena suerte o les recuerdan a figuras importantes de su carrera. El dorado suele reservarse para los matadores consagrados, mientras que el plateado es común en los novilleros. Hay toreros supersticiosos que jamás usarían colores como el amarillo, asociado con la mala suerte en el ámbito taurino.
En el siglo XX, aunque el diseño básico del traje de luces se ha mantenido, han surgido innovaciones en cuanto a materiales y estilo. Toreros como Manolete, El Cordobés o José Tomás han marcado tendencias con trajes que rompen con la tradición cromática o que incorporan motivos personales.
Además, el traje de luces trasciende el ruedo para convertirse en objeto de estudio, inspiración artística y símbolo nacional. Diseñadores de moda como Jean-Paul Gaultier, John Galliano o Cristóbal Balenciaga tomaron elementos del traje para reinterpretarlos en pasarelas. Asimismo, museos como el Museo del Traje en Madrid o el Museo Taurino de Córdoba conservan trajes históricos como patrimonio cultural.
Es sin duda una muestra cultural de una de las tantas expresiones taurinas que se desarrollan a partir de la fiesta brava. No podemos negar la influencia que el traje de luces causa tanto en el ruedo como fuera de él.
El regalo
Mi amigo el matador Juan Antonio Hernández mandó a hacer un traje de luces con el mejor sastre de este raro oficio allá en su natal Tlaxcala. El sastre le tomó las medidas y comenzó por el color del traje. Juan Antonio escogió el morado, pues le recordaba a su amigo Luis Niño de Rivera, con el que trabaja desde hace muchos años. La pieza fue tomando forma; eventualmente, el torero iba a la sastrería a ver cómo eran los avances. El proceso es muy lento, así que pasaron unos nueve meses (lo mismo que un embarazo) hasta que el traje estuvo terminado. El matador quedó fascinado con el resultado: sería un regalo para su amigo y compañero.
Luis lo recibió encantado y mandó construir una vitrina para ponerlo en su predio rústico. Pasado un tiempo, su nieta se quedó mirando el traje y le preguntó al abuelo con la candidez que solo los niños tienen:
—Oye, abuelo, ¿y dónde se guardan las pilas del traje de luces?