EL PALACIO LEGISLATIVO DE DÍAZ: UNA OBRA INACABADA

“La primera piedra se montó en 1910”.

Ignacio Anaya
Columnas
INFRAESTRUCTURA

¿Cuántos proyectos de infraestructura, piénsese en un aeropuerto, un tren o un edificio, que prometían brindar distintas ventajas para la población nunca fueron terminados? Razones hay muchas, de eso no queda duda; lo seguro es la presencia de su esqueleto, que puede o no ser retomado en otro tiempo.

Ya sea el cambio de un gobierno a otro, donde la nueva administración decide llevar a cabo otro proyecto, o por cuestiones económicas y técnicas, al final no se concluye la obra. En fin, es un fenómeno que presenciamos en el país.

Pero al observar el pasado se podrá encontrar una tendencia en México de proyectos incompletos. En otras palabras, no es una novedad ver un aeropuerto en el que se gastaron millones de pesos con su cancelación o una planta de vacunas que nunca se concluyó y terminó siendo demolida dos años antes de una terrible pandemia.

Asimismo, hay estructuras que terminan convirtiéndose en algo diferente a lo que originalmente iban a ser. Así ocurrió con un proyecto que nunca se concretó, al menos como estaba planeado en un principio; se le dio otro uso en la posteridad: se trata del Palacio legislativo federal del porfiriato, que conocemos mejor en la actualidad como el Monumento a la Revolución.

Cuando tengan tiempo, busquen en internet el plano original de cómo iba a ser el palacio legislativo, una obra pensada para representar el culmen de dicho periodo. Vean las enormes dimensiones que iba a tener la estructura.

Intentos

En 1897 el gobierno de Porfirio Díaz lanzó una convocatoria en la que participaron varios proyectos de distintos arquitectos, tanto mexicanos como extranjeros. El proyecto terminó quedando en manos del arquitecto mexicano Emilio Dondé, jurado de la competencia y quien había diseñado los planes para su construcción a partir de la propuesta de uno de los participantes del concurso que falleció antes de recibir su premio (cabe mencionar que no fue el primer lugar). Sin embargo, Dondé abandonó el proyecto en 1902.

Con lo que aparentaba ser el final de la obra llegó el arquitecto francés Emile Bernard para reanudar el proyecto. La primera piedra se montó en 1910, en el marco de las celebraciones del centenario de la Independencia, pero con los inicios de la Revolución la construcción comenzó a encontrar sus trabas, hasta que poco tiempo después fue suspendida de manera indefinida, dejando solo la estructura metálica, los esqueletos que siempre quedan hasta en la actualidad.

Hubo un intento por retomar la construcción en 1922, pues Bernard regresó a México al termino de la guerra con un planteamiento distinto, pero no se llevó a cabo porque falleció en 1929.

En los años posteriores la estructura siguió ahí. Algunas de sus partes fueron desmanteladas para otros fines. Era un vestigio del Porfiriato hasta que en 1933 el arquitecto Carlos Obregón Santacilia se propuso a terminar el edificio, dándole una configuración y sentido totalmente diferentes a lo planteado.

De esa manera se edificó a partir de la cúpula el actual monumento que todos conocemos, inaugurado de manera oficial el 20 de noviembre de 1938.

La estructura que en su momento significaría progreso y modernidad para México, conforme a los ideales del Porfiriato, terminó siendo un espacio de conmemoración dedicado a uno de los conflictos más importantes de la historia del país.