¿CONFIAR EN EL SALTAMONTES?

“Promesas incumplidas y lealtades rotas”.

Ignacio Anaya
Columnas
SANTA ANNA

La política mexicana está plagada de saltamontes, sujetos que saltan de un partido político a otro, así como este insecto salta y devora con cada paso que da. ¿Pero qué significa dicho fenómeno? ¿Es simplemente una estrategia de supervivencia o esconde una preocupante falta de principios e ideales?

Los chapulines, como también los llaman en el mundo político, no son una novedad. Han existido desde los albores de la democracia. Por ejemplo, Antonio López de Santa Anna saltaba entre posturas contrarias, ya fuera por su desencanto con cierta ideología o incluso porque los partidos lo buscaran. Él no era una excepción: varias figuras del XIX estuvieron en diferentes bandos, en ocasiones por evolución política. Empero esto se ha vuelto más notable en las últimas décadas gracias a la rapidez por la que cualquier noticia se hace pública, donde la polarización y el pragmatismo han alcanzado alturas vertiginosas. En México este fenómeno se ha convertido en un tema de debate, especialmente en el panorama actual.

El saltamontes, a menudo, es un animal político en la expresión pura de la frase. Su supervivencia dentro de ese mundo depende de su habilidad para adaptarse a un entorno en constante movimiento, identificando las oportunidades más fáciles para sus intereses. No se trata solo de un cambio de partido; es un canje de lealtades, de agenda y de retórica. Para algunos esta capacidad para moverse con el viento es una forma de pragmatismo, de flexibilidad ideológica, una destreza de adecuarse a los cambios que el futuro trae.

A prueba

Sin embargo, hay un lado más oscuro en el comportamiento de los saltamontes. Cuando un político salta de un partido a otro deja tras de sí un rastro de promesas incumplidas y lealtades rotas. ¿Cómo confiar en alguien que cambia de bandera con tanta facilidad? ¿Se puede creer en aquel o aquella cuyos principios e ideales parecen ser tan fluidos? ¿Hay garantía de su nuevo compromiso?

Los votantes se encuentran a menudo desilusionados. La desconfianza en los políticos se está convirtiendo en una crisis de la política en sí misma, alimentando el cinismo y el descontento.

No obstante, hay que señalar que no todos los cambios de partido son señales de falta de principios. Hay ocasiones en las que los políticos se ven obligados a cambiar debido a desacuerdos profundamente arraigados con la dirección de su anterior grupo. También hay varios de esos ejemplos en el pasado de la nación. Esto puede verse como un signo de integridad, de estar dispuestos a abandonar la comodidad del estatus quo para buscar una alternativa que se alinee con sus fundamentos. Pero estos casos son la excepción y no la regla. Los saltamontes son a menudo oportunistas que buscan sus propios intereses, el hueso más grande, en lugar del bienestar del público.

Para lidiar con el fenómeno de los saltamontes los ciudadanos deben exigir transparencia y consistencia a sus líderes. Los principios y las ideologías no son meros adornos usados para atraer votos.

El reto para los saltamontes es probar que sus cambios de partido son el resultado de un pensamiento profundo y de una verdadera evolución ideológica, no de ser perros saboreando el hueso. Estos seres de la política mexicana ponen a prueba la integridad y la confianza del sistema político. Aunque hay ocasiones en las que sus saltos pueden estar justificados, en su mayor parte son síntomas de un entorno que premia el oportunismo. Para superar este desafío los votantes deben insistir en un compromiso más fuerte… ¿Acaso es mucho pedir?