EL SENTIDO HISTÓRICO QUE OFRECE LA POLÍTICA

Ignacio Anaya
Columnas
MORENA

Parte del gran éxito de Morena en su victoria y la razón de que todavía cuente con un alto número de seguidores fue la oferta histórico–temporal que ofreció a la población. El propio nombre de la Cuarta Transformación revelaba la inserción del partido en un proceso lineal de la historia de México, al tiempo que hacía una invitación a toda la ciudadanía para que fuera parte de este. De esta forma, la gente podía creer de verdad que se encontraba en un momento histórico del país.

No es novedad decir que el Estado escoge aquello digno de recordar del pasado en mira de sus propios intereses y los valores que busca inculcar en la población. Ambos elementos no son ajenos uno del otro; los nacionalismos, que son tan aprovechados en los discursos políticos, se nutren con la historia.

Esta concepción teleológica de la historia es esencial en el discurso político mexicano. De hecho, podría decirse que es una de las constantes de nuestra cultura política, siempre teniendo una misión histórica que cumplir. Lo que cambia, en todo caso, son los contenidos específicos de esa misión y los actores que se postulan como sus protagonistas.

Todas aquellas narrativas tan famosas de las luchas decimonónicas, así como las glorias de la Revolución Mexicana y sus héroes, son construcciones ideológicas nacidas con el objetivo de legitimar proyectos políticos. No obstante, también representan, desde la narrativa que les da el Estado, los modelos a seguir del buen ciudadano.

En este sentido, la historia del oficialismo sigue apelando al valor pedagógico “maestría de vida” de la historiografía, visión ya muy criticada por parte de las y los historiadores.

Horizonte

La 4T no es ajena a la tentación de instrumentalizar el pasado para justificar sus acciones en el presente. Al igual que ella, lo hicieron en su momento las administraciones pasadas. La historia oficial fue fundamental para legitimar a los gobiernos posrevolucionarios, que se erigieron como dignos herederos de las luchas del pasado.

Al presentarse como la culminación de un proceso histórico inevitable, Morena apuesta por un determinismo histórico.

Quizás uno de los efectos más notables de esta operación discursiva sea la forma en que resignifican las grandes gestas del pasado, desde la Independencia hasta la Revolución, pasando por la Reforma. No son un conjunto de episodios conclusos, sino de momentos de un único y gran proceso emancipatorio cuya culminación se alcanzaría precisamente ahora, bajo el liderazgo de Morena. Esa oferta le gusta a la gente.

El pasado reciente, ese periodo neoliberal, es la causa de todos los problemas del país. Es el antecedente antagonista, así como el Virreinato, el conservadurismo y el Porfiriato lo fueron antes de las “transformaciones” que les siguieron.

La 4T necesita de ese pasado, no puede caer simplemente en el olvido porque así no podría legitimarse. Es innegable que esta narrativa ha logrado conectar con las aspiraciones y deseos de cambio de amplios sectores de la población, ofreciendo un horizonte de sentido en un momento de profunda crisis e incertidumbre.

Ante esto, solo queda preguntarse por la figura del historiador. La historia no es inacabada, su capacidad de crear múltiples actores, conflictos y procesos, irreductibles a un único relato o interpretación, ¿está para incomodar estas narrativas o ayudar en sus legitimaciones? ¿Qué está haciendo al complejizar?