EL ÚLTIMO DÍA QUE HIZO FRÍO

“El cambio climático ha tejido un enero más cálido que nunca”.

Ignacio Anaya
Columnas
FRÍO

En una época en que los árboles florecen prematuramente, las jacarandas se asoman antes de tiempo, anunciando una primavera inoportuna que arrasa con la sobriedad del invierno. La Ciudad de México se despide de su antigua amiga: la helada. En el corazón de esta urbe una familia planea su último día de frío, las últimas 24 horas en las que habrá un clima refrescante: en adelante todo será calor.

Una celebración macabra, casi apocalíptica, de un fenómeno que se desvaneció lentamente. “Vamos a disfrutar del último frío”, se dicen unos a otros, conscientes de la ironía, pero a sabiendas de que la cosa es irremediable, ¿qué más se puede hacer?

Los niños, con sus abrigos ahora innecesarios, juegan en un parque donde las flores, confundidas y adelantadas, se abren paso en un clima que cuenta sus horas antes de desaparecer. El día es gris y colorido a la vez.

Este cambio, más allá de alterar el guardarropa, lleva consigo un número de consecuencias ecológicas. Las flores, que brotan antes de tiempo, se encuentran solas, sin colibríes ni abejas que hagan el ritual de la polinización. Pobres animales, no saben todavía que ya llegó su fin, se nos adelantaron.

La Ciudad de México fue durante mucho tiempo un escenario de equilibrio entre el calor y el frío; ahora se convierte en testigo de un desajuste natural que amenaza a su flora y fauna.

El cambio climático ha tejido un enero más cálido que nunca. Para los citadinos sus abrigos se convierten en reliquias de un pasado frío, ya no tienen uso en esta ciudad, y la familia en el parque, entre risas y juegos, no puede evitar sentir una punzada de melancolía. “¿Recuerdan cuando hacía frío en estas fechas?”, pregunta el abuelo a sus nietos, que lo miran incrédulos. Las brisas heladas, que alguna vez recorrieron con libertad las calles, ahora son solo un cuento de nostalgia y melancolía.

¿Qué será?

La CDMX llega a una era dominada por el calor, se despide del invierno con un cinismo involuntario. La familia en el parque, al igual que la capital, se aferra a los recuerdos de un frío que ya no volverá. Mientras los árboles florecen tempranamente, un recordatorio constante del calentamiento global, la urbe suspira, resignada ante su nuevo destino climático. ¿Por qué no actuamos antes? Ese pensamiento recorre la cabeza de muchos, arrepentidos, pero a la vez molestos con aquellas personas en el poder que nunca actuaron: ¡todo lo contrario!

Así, en un acto de despedida, la familia celebra su último día de frío, no con alegría, sino con una sensación agridulce. Un adiós a un clima, adiós a una era. Disfrutaron por última vez de un chocolate caliente con la heladés citadina.

La CDMX, que una vez jugueteó con las heladas, ahora se sumerge en un calor perpetuo, un recordatorio constante de que incluso las más frías despedidas pueden ser cálidas.

Y mientras el sol se pone, llevándose consigo la última brisa fría, la ciudad se pregunta, en un murmullo apenas audible, “¿qué será de nosotros en este nuevo mundo sin invierno?”