LA ELECCIÓN DE LA APATÍA

Juan Pablo Delgado
Columnas
ELECCIONES

A finales del año pasado hice una exposición catastrofista en este espacio (El voto en los tiempos del ChatGPT, Vértigo #1179), donde exponía el peligro que representa la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA) para las democracias.

Mi preocupación era que la IA podría ser utilizada en la creación automatizada de desinformación y noticias falsas, llevando al ciudadano común a no diferenciar entre la verdad y la mentira.

Aunque mi temor no se ha disipado, hasta ahora no hemos visto disrupciones importantes en los procesos electorales de El Salvador, Taiwán o Rusia, ni tampoco en las campañas presidenciales de Estados Unidos, a pesar de su electorado altamente polarizado.

Pero aquí en México ocurre algo más raro. No solo no hemos visto un despapaye por la IA, sino que hemos caído en algo peor: una completa y absoluta apatía por las campañas. Esta indiferencia me hace pensar que incluso si algún candidato hiciera una chicanada utilizando IA el electorado tomaría este evento como lo ha hecho con todas las noticias de la elección: con un rotundo y sonoro “me vale madres”.

No sé ustedes, pero desde que tengo uso de razón todas las campañas presidenciales habían sido un evento esperado con ansias, lleno de controversias, polémicas, traiciones y toda clase de sorpresas inesperadas. En cambio, este ciclo electoral se presenta más árido que las presas del Sistema Cutzamala. ¿Qué explica esto?

Nuevas audiencias

Algunos argumentarán que el problema es de origen, ya que tenemos candidatos mediocres y aparte porque la campaña inició con una abrumadora ventaja para la candidata oficialista (según todas las encuestas), que la colocó desde el arranque en un distante primer lugar. Esto evita que dicha candidata tenga que hacer cualquier esfuerzo para ganar votos, proponer ideas novedosas o incluso atacar a sus contrincantes. Basta con nadar de muertito de aquí al 2 de junio.

Pero creo que el problema es más de forma que de fondo. Porque por más aburrido que sea un político, siempre puede ser empaquetado para parecer auténtico, fresco y divertido. Para eso existen las legiones de asesores y publicistas que contratan los partidos con nuestros impuestos.

Lo terrible es que hoy estamos viviendo la antítesis de esto; y la razón es que nuestros políticos siguen haciendo campañas del siglo XX dirigidas a un electorado del siglo XX.

Ahí les van un par de datos: fue apenas en 2018 —a inicios de este sexenio— cuando TikTok llegó a México. Hoy la aplicación reporta 74.15 millones de usuarios activos, lo que la convierte en la tercera red social más utilizada en el país y colocando a México como el cuarto país con más usuarios en el mundo.

Aquí es donde les pregunto: ¿no creen ustedes que el contacto diario de 74 millones de mexicanos con el contenido de TikTok cambia su manera de consumir información? ¿No creen que esto afecta su capacidad de retener información? ¿No creen que todos hemos cambiado sicológicamente por la inmediatez con la que recibimos millones de contenidos en YouTube o la TV por streaming?

¿Por qué entonces nuestros políticos nos siguen bombardeando con los mismos formatos de spots de hace 30 años? ¿Por qué siguen realizando estúpidos mítines iguales a los de Adolfo López Mateos? ¿Por qué seguir haciendo campañas como si viviéramos en 1980 o 1950?

¿Quieren un ejemplo de una estrategia exitosa para los tiempos modernos? Ahí tienen a Javier Milei en Argentina, donde armado con una motosierra gritaba a los cuatro vientos locuras sobre el anarcocapitalismo, llamaba comunista al Papa y prometía erradicar a los “zurdos de mierda”. ¡Eso es buen contenido, chingaos! ¡Esos son mensajes para nuevas audiencias y nuevas plataformas! ¡Eso es saber venderse para un electorado moderno!

Claramente no estoy diciendo que unas elecciones histriónicas son mejores para la democracia. Lo único que propongo es que si nuestros políticos ya se agandallaron millones de pesos de nuestros impuestos para financiar sus campañas lo mínimo que podrían hacer es darnos un buen show. Pero ni hablar… ¡será para 2030!