No son lo mismo los tres mosqueteros que 20 años después.
Alejandro Dumas
Macondo ha dejado de existir, la selva se ha tragado al pueblo entero, no queda nada, ni el viento; se ha esfumado todo, hasta el recuerdo.
La construcción de una casa requiere de unos cimientos sólidos, fuertes y bien construidos; cuando por alguna razón estos no están bien realizados la casa y sus paredes, tarde o temprano, se derrumban. Es el caso de esta novela corta o noveleta, En agosto nos vemos, que Gabriel García Márquez escribió al final de su vida. Se derrumba estrepitosamente.
Hay un deterioro en el lenguaje, no hay profundidad ni la magia que lo caracterizó durante sus obras; por ejemplo, La hojarasca, que se publicó en 1955 y donde un hombre, que es médico misterioso, es odiado. En el pueblo de Macondo los vecinos no lo quieren enterrar, lo quieren dejar insepulto.
La hojarasca es una metáfora bien cimentada, que no es otra cosa que las hojas que se meten por todos lados, como las inversiones de extranjeros con la industria bananera.
Aureliano Buendía es el personaje principal de la precuela de lo que será su novela más conocida, más trabajada, más digna, Cien años de soledad.
William Faulkner es descubierto por el joven Gabriel cuando tiene que hacer un viaje con su madre en 1950 para vender la casa de sus abuelos. Es un buen alumno. Su abuela es la que le cuenta las historias.
Su segunda novela la escribe desde el exilio en París, cuando trabaja como corresponsal de prensa: El coronel no tiene quien le escriba, en 1961, donde el personaje principal no tiene nombre, porque no importa, puede ser cualquier hombre.
La mala hora es su siguiente novela, publicada en 1962, donde se habla descarnadamente de la soledad.
Pasan varios años hasta que llega la gran novela, en 1967: viviendo en México logra Cien años de soledad; y aunque hay algunos personajes que se repiten, es sin duda la mayor obra latinoamericana de realismo mágico que se publica, teniendo desde sus primeras semanas un éxito arrollador. Tanta es la fama, que decide viajar a Barcelona para esconderse de esta.
Luego vendrían El otoño del patriarca (1975), Doce cuentos peregrinos (1992), etcétera.
Gabriel muere en 2014, pero sus hijos Rodrigo y Gonzalo deciden publicar dos obras muy menores: Memorias de mis putas tristes y En agosto nos vemos.
Mis putas tristes me pareció un relato forzado. Se publicó en 2004 y el escritor al parecer no quería sacarla a la luz, por obvias razones, sin ganas, como si fuera hecho a la de a huevo. Es la historia de un anciano de 90 años que se enamora de una adolescente que, para acabarla de amolar, es virgen. No hay magia, no hay encanto; se siente que ya hay un deterioro en la mente del talentoso escritor. Él mismo reconoció que era una novela pobre, sin chiste, seguro un poco como autobiografía, ya que cuando la escribió estaba anciano y enfermo.
Esfuerzo
Por otro lado, su novela póstuma, En agosto nos vemos, ha generado un acalorado debate entre críticos, lectores y herederos literarios; es, pues, una novela inconclusa del Gabo que, según declaraciones de sus hijos, el propio autor pidió no publicar porque consideraba que el nivel de literatura no alcanzaba la calidad de sus obras anteriores. ¡Tenía razón! Sin embargo, esta sed de la literatura del colombiano fue más fuerte y ahora podemos encontrar este relato que narra la historia de una mujer de mediana edad en crisis, Ana Magdalena Bach, quien viaja cada año a una isla caribeña para llevar flores a la tumba de su madre. A lo largo de los años comete varias infidelidades a su marido.
El texto muestra sus costuras. El tono, aunque familiarmente mágico y lírico, se vuelve repetitivo; a la historia le hace falta algo, carece de una cimentación sólida y la complejidad simbólica que caracterizaba sus obras va sin una dirección clara.
García Márquez mismo dijo, ya con su enfermedad avanzada, que no quería publicarla porque sentía que le faltaba algo; y en efecto, me parece que fue más un capricho de sus hijos. La novela no termina de cuajar.
¿La debieron sacar a la luz? Esto es discutible. Como pieza literaria está muy lejos de sus novelas anteriores; ahora bien, revela un esfuerzo de su creador que luchaba contra el olvido y la decadencia de su memoria. No es una obra maestra, sí una despedida silenciosa, imperfecta, casi fantasmal.
Lo más interesante para mí fue el hecho de que al final se muestran algunas de las correcciones que el mismo García Márquez hizo de puño y letra en algunos pasajes de la obra. En fin, en gustos se rompen géneros y en petates buenos cueros.