EL ÚTIL ENGAÑO ELECTORAL

Guillermo Deloya
Columnas
ENGAÑO ELECTORAL

Quizá por naturaleza estamos habituados a la mentira. Crecemos sabiendo por mandatos divinos que es prohibida por el Creador y con sumo desagrado la rechaza. Decir la verdad es ruta de educación de nuestros padres y ahora está dentro de las obligaciones de todo aquel que pertenezca al movimiento político de Morena y su autonombrada Cuarta Transformación.

Sin embargo, al igual que en algún momento en nuestras mocedades escuchamos de nuestros padres, una mentira puede en determinada ocasión y circunstancia adquirir la calidad de permisible y se le suma el adjetivo de “piadosa”.

Por igual que en ese confuso actuar ya hemos normalizado que el funcionario público o el representante electo pueda transitar sin consecuencias ni reclamos ante una que otra afirmación fuera de la objetividad de lo comprobable. Pero la verdad absoluta es una aspiración inalcanzable si entendemos que lo que se cuenta en lo público es, al igual que la historia, una construcción humana que acontece en la mente y se traduce a una narrativa colectiva. Cuando esa narrativa se amplifica desde el púlpito del poder todo es susceptible de creerse dispensarse entre afines.

En un año absolutamente electoral y definidor de rumbos el mentir a conveniencia tomará una amplitud inusitada. Estaremos en medio de una marejada de versiones, señalamientos, justificaciones, promesas y cinismos que marcarán la constante de las campañas políticas con gran seguridad.

Lejos de aspirar a la honestidad y al compromiso con la objetividad, a los candidatos se les ha hecho costumbre la promesa vacía que acontece con los años. Así, no podremos esperar campañas de real debate y propuesta sobre los hondos problemas a los que se aspira solucionar; lo que sí podemos hacer es entender en lo básico cómo funciona el proceso de convertir las mentiras en creencias sociales que terminan defendiéndose como si fueran verdades escritas en piedra.

Lógica

El campo fértil donde la mentira florece y desarrolla jugosos frutos es en la creencia. La creencia es el producto de un proceso cognitivo inherente al ser humano. Ahí se conjuga la memoria y la imaginación que, como proceso personal, se adapta para asimilarse como algo que nos resulte cómodo para convivir con nuestra dimensión emocional. Si lo que escuchamos se acopla a tal lógica, poco importa que lo que nos dicen sea comprobable o veraz. Y el político mexicano —en general el político mundial— ha entendido esta lógica para aplicarla con el apoyo de la tribuna. Con narrativas masivamente difundidas se crea una especie de mitología histórica; con ella se afianzan imaginarios colectivos que perfilan la creencia de pueblos enteros que permiten que ese poder de disuasión y convencimiento se ejerza sobre ellos.

Cada ser en lo individual tiene una historia propia que lo sustenta. Ahí conviven buenos y malos, héroes y villanos, que llenan esa historia de valores y significados. Con el paso del tiempo todos ellos se han convertido en construcciones simbólicas que le dan sentido a nuestro vivir. Pero por igual ese personal terreno lo aprovecha el político al mentir o al predicar como un consumado demagogo.

Desde la campaña electoral se harán enormes construcciones y señalamientos de responsables sobre quienes el elector pueda apuntar el índice flamígero para señalarlo como culpable de sus personales carencias y penurias; así, por igual, un pueblo completo puede llegarse a encender desde la emoción con un acontecimiento que ha ocurrido hace medio siglo, pero que hoy se trae a la mesa para explicar en el presente que ahí está parte de la desgracia nacional.

Con una convenientemente distorsionada versión de un ayer de desgracias y villanos es como se ha creado una ficción del pasado que, a su vez, es la que nuevamente nos prometerán cambiar como reivindicación de una abstracción que imaginamos como futuro. Pero la promesa difícilmente se basará en la posibilidad de realización que resista el rigor de la comprobación científica. Más bien, nuevamente se apelará a tocar la emoción negativa del votante para que el sufragio se empape de rencores y divisionismo que, sobra decir, solo sirve a quien lo promueve.

¿Seguirá el engaño siendo la norma en las campañas?