Quien se miente y escucha sus propias mentiras llega a no distinguir ninguna verdad, ni en él ni alrededor de él.
Fiódor Mijailovich Dostoyevski nació el 11 de noviembre de 1821 en Moscú, en el seno de una familia de clase media.
Su padre, un médico militar severo y alcohólico, marcó con su violencia el carácter sensible del joven Fiódor. Su madre, en cambio, fue una presencia tierna y amorosa que murió tempranamente de tuberculosis. Esta mezcla de amor y crueldad se convertiría más tarde en un eje recurrente de su obra.
En 1837, a los 16 años, Dostoyevski fue enviado a San Petersburgo a estudiar en la Escuela de Ingenieros Militares. Aunque cumplió con los estudios por deber, su verdadera pasión era la literatura. Desde muy joven fue un lector voraz, especialmente de escritores como Shakespeare, Schiller, Goethe y, más tarde, Balzac y Dickens. En 1844 renunció al ejército para dedicarse por completo a escribir, una decisión temeraria que lo sumió pronto en la pobreza.
Su primera novela, Pobres gentes (1846), fue bien acogida por la crítica, en particular por el influyente crítico literario Belinski, quien lo aclamó como la nueva voz de la literatura rusa. Sin embargo, sus obras siguientes fueron recibidas con frialdad y Dostoyevski cayó en un periodo de desesperanza, deudas y aislamiento.
En 1849 su vida dio un giro brutal. Fue arrestado junto con un grupo de intelectuales radicales conocidos como el Círculo Petrashevski, acusados de conspirar contra el zar Nicolás I. Después de ocho meses en prisión, fue condenado a muerte. El 22 de diciembre fue llevado junto con otros compañeros al paredón. Los hombres fueron atados y se les vendaron los ojos. Justo cuando el pelotón se preparaba para disparar, un mensajero del zar llegó con un indulto. Todo había sido una macabra representación. La pena de muerte fue conmutada por trabajos forzados en Siberia.
El trauma fue tan profundo, que uno de sus compañeros perdió la razón. Dostoyevski, en cambio, renació como otro hombre.
Pasó cuatro años en un campo de trabajos forzados en Omsk, en condiciones infrahumanas, seguido por otros seis años como soldado en el exilio. Fue ahí, entre asesinos, campesinos analfabetos y presos endurecidos, donde forjó su visión trágica de la naturaleza humana. En esos años descubrió también la fuerza espiritual del pueblo ruso, su devoción religiosa, su resignación, su capacidad de redención. La experiencia siberiana sería fundamental para la profundidad filosófica y moral de su obra posterior.
Testamento
Al regresar a San Petersburgo en 1859 estaba cambiado. Ya no era un joven idealista occidentalizado, sino un escritor profundamente cristiano, con una sensibilidad mística, obsesionado por el pecado, la culpa y la salvación. Se casó en 1864 con María Dimitrievna, pero ese mismo año sufrió la muerte de su hermano Mijaíl y de su esposa. Las deudas lo acosaban y el dolor lo empujó al extranjero, donde vivió años errantes en Alemania, Francia, Italia y Suiza.
En ese tiempo desarrolló una adicción patológica al juego. Perdía grandes sumas en los casinos, quedaba en la ruina y luego escribía novelas a contrarreloj para pagar sus deudas. De esa presión nació El jugador (1866), una novela semiautobiográfica. Para cumplir con el contrato dictó la novela en 26 días a su mecanógrafa, Anna Grigorievna, quien luego se convirtió en su segunda esposa. Anna fue su salvación: lo ayudó a dejar el juego, organizar su economía y escribir con disciplina. Con ella tuvo cuatro hijos, aunque solo dos sobrevivieron.
En los años siguientes Dostoyevski escribió las grandes obras que lo consolidaron como uno de los más grandes novelistas de todos los tiempos: Crimen y castigo (1866), El idiota (1869), Los demonios (1872) y, finalmente, su testamento espiritual: Los hermanos Karamázov (1880). Todas ellas exploran el abismo del alma humana: la lucha entre el bien y el mal, el sufrimiento como vía de redención, la libertad como condena y la fe como única esperanza ante un mundo sin sentido.
Su estilo era intenso, alucinante. Los personajes de Dostoyevski no son simples seres humanos: son tormentas vivas, voces que gritan, que dudan, que se desgarran buscando a Dios o escapando de él. En sus páginas se enfrentan el nihilismo, el cristianismo, la razón ilustrada, el amor carnal y el suicidio. Más que un narrador, Dostoyevski fue un profeta que anticipó los dilemas del siglo XX: la locura, la alienación, el totalitarismo, el vacío espiritual.
Murió el 9 de febrero de 1881, a los 59 años, rodeado de su esposa e hijos. En sus últimos días pidió que le leyeran el Evangelio según San Juan. Fue enterrado en el cementerio Tijvin de San Petersburgo, con una cita bíblica en su tumba: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”.