La mirada de los noticieros, de las redes sociales y en general de la opinión pública en casi todo México ha estado puesta desde hace tiempo en la frontera norte y en los estados de nuestro poderoso vecino del norte. Las protestas en California generaron varios debates sobre lo mexicano e hicieron resurgir los fantasmas de la guerra entre México y Estados Unidos de 1846 a 1848. Así, las tensiones del pasado y del presente se manifestaron en aquel espacio tan complejo.
No obstante, nuestro sentimiento frente a Estados Unidos hace que olvidemos en ocasiones la existencia de una frontera sur donde las dinámicas de poder son diferentes y México deja a un lado esa actitud de resistencia frente al poder de otra nación.
Es en el sur donde México parece asumir el rol de Goliat y dejar de ser David.
Los recientes hechos en la frontera entre Chiapas y Guatemala pusieron de relieve esta complejidad. Luego de una emboscada brutal contra policías chiapanecos en Frontera Comalapa, fuerzas especiales mexicanas cruzaron a territorio guatemalteco para perseguir y abatir a los agresores. Ello provocó un incidente internacional, pues Guatemala acusó a México de invasión territorial y el gobernador de Chiapas, Eduardo Ramírez, afirmó que autoridades guatemaltecas protegían a criminales.
Quien ha trabajado históricamente la frontera entre México y Estados Unidos no puede evitar ver en las palabras del gobernador las mismas justificaciones que han empleado las autoridades estadunidenses. Ya fuera que supuestamente las autoridades mexicanas colaboraran con apaches, bandidos o esclavos, en varias ocasiones esa narrativa acompañó incursiones de fuerzas estadunidenses en territorio mexicano, más allá de la invasión de 1846 o la ocupación de 1914.
Vulnerables
Se pensaría que un país que valora tanto la soberanía mostraría mayor congruencia ante lo ocurrido en la frontera entre Chiapas y Guatemala. No fue así. El tema pasó casi desapercibido y la sociedad mexicana prefirió mirar las protestas en Estados Unidos. ¿No podíamos atender ambos asuntos? ¿No somos capaces de sentir una indignación en donde lo mexicano no es lo ofendido?
Tal vez el problema radica en lo cómodo que resulta vernos siempre como el pequeño frente al grande y lo incómodo que es aceptar que cuando se invierten los papeles actuamos de manera semejante a nuestro vecino del norte. No solo en la acción; las narrativas xenofóbicas también emergen. Al parecer, la soberanía solo importa cuando es la propia.
Lo ocurrido entre Chiapas y Guatemala debió llevarnos a un ejercicio crítico serio sobre nuestra política fronteriza y la coherencia de nuestros principios nacionales, en especial los relacionados con la integridad territorial y la soberanía.
Pero tal reflexión no se produjo, porque en el imaginario nacional la frontera sur sigue viéndose como un espacio ajeno y de menor relevancia.
Somos vulnerables a las mismas contradicciones y errores que desde nuestra propia condición hemos denunciado con fervor e indignación.