HISTORIAS DEL CLÍTORIS (13)

Mónica Soto Icaza
Columnas
HISTORIAS EUROPA EROTISMO

En el Mediterráneo, frente a Capri, según el GPS en N40° 33.581’ y E014° 14.833’, estamos. Son las 22:12 horas de un martes y navegamos a 20.7 metros del fondo del mar en la lancha rumbo a la isla para cenar.

Llegamos a Italia hace cuatro días. Roma. La primera vez del amante de Mónica en esa ciudad, así que las seis horas que tenían disponibles para turistear por esas calles, cuna de la civilización occidental, debían rendir como cuando me orgasmeo una, dos, tres, cuatro, cinco, siete veces al hilo con el succionador antes de dormir.

Mónica es una mujer muy generosa: como sabe que soy curioso y amo contarte historias, se pone vestidos cortos y minifaldas para mostrarme los lugares que visita. Por eso me he convertido en un clítoris de gran cultura general y gusto por conocer lugares nuevos, tanto como me fascina sentir los dedos de hombres nuevos. Mi dueña sabe que convertir su piel en territorio de exploración para aventureros con vocación para el erotismo y la ternura equivale a abrir bien los ojos al asombro de encontrarse con un sitio por vez primera.

Ahí en Roma se devoraron con los ojos la Fuente de Trevi, la iglesia barroca San Carlos de las cuatro fuentes, el Templo de Adriano, el Panteón de Agripa o Panteón de Roma, la Plaza Venezia, el Foro romano y el Coliseo. Todo ello recorrido a pie en tiempo récord desde el hotel, ubicado muy cerca de la estación central de trenes. Cuando él le dijo a Mónica que no podía dar un paso más sin beber agua y comer algo, se sentaron en un restaurante de techo con luces y flores. Se entregaron al gozo del prosecco, la burrata y la lasagna al horno, bien doradita por obra del fuego.

Justo ahí, alrededor de esa mesa, comenzaron a hacer el amor. De palabra por las condiciones del instante, claro. Aunque a los clítoris los miles de terminaciones nerviosas en nuestra cabeza nos convierten en máquinas de tener orgasmos, esos orgasmos se intensifican con seducción, miradas indecentes, palabras de deseo; y mucho más si la cabeza donde habita el cerebro es estimulada tanto o más que la mía. Y este hombre lo sabe.

Revoloteo

Pagaron la cuenta. Se levantaron para emprender el camino de regreso al hotel para esa primera noche en aquella ciudad donde la realidad supera a los sueños.

Llegamos a la habitación. Mónica se desvistió de la ropa de la calle para vestirse con un camisón rojo con encajes, de esas telas tan suaves al tacto que resultan irresistibles para el manoseo. Misión cumplida, a la primera caricia él aprovechó para apreciar la textura de la superficie y la consistencia debajo de ella; dicho de manera menos elegante, le acarició el derrière. Yo me asomaba ansioso, me urgía que esa boca que comenzaba a recorrer a mi poseedora por los labios de la cara al fin llegara a mis labios vecinos para ponerme la lengua encima.

Me tocó esperar. La susodicha lengua primero hizo escala en el cuello, el pezón derecho, el pezón izquierdo, la cintura… hasta que de pronto, como si hubiera escuchado mi súplica, el hombre le puso a Mónica ambas manos en los muslos para abrirle mucho las piernas, encajó la nariz en el vello del pubis, aspiró fuerte y revoloteó en mí, alrededor de mí y otra vez en mí.

En cuanto me arrancó el primer orgasmo lo vi sonreír. Se limpió con el vientre de Mónica el exceso de humedad que le dejamos en la sonrisa y sin más preámbulo la penetró con las ansias acumuladas desde que en el restaurante la conversación se volvió una declaración de intenciones hacia la próxima fantasía a realizar juntos.

Se amaron con la imaginación, la palabra, el sexo, el amor y la piel sobre aquellas sábanas blancas de algodón en un hotel de la Via Cavour en Roma.

Horas después se levantaron para tomar el tren a Nápoles y continuar con el viaje hacia hoy, martes, en un yate frente a Capri.

Lo que sucede y sucederá aquí te lo contaré en otra ocasión.