En 1999, como parte de una entrevista orientada a pensar el inminente siglo XXI, el periodista italiano Antonio Polito le preguntó al historiador inglés Eric Hobsbawm sobre la guerra en relación con el pasado, el presente y el futuro. La cuestión no era en absoluto azarosa: no habían transcurrido muchos años desde la publicación de Historia del siglo XX (1994), volumen que cerraba una serie iniciada con la Revolución de 1789 y que llegaba hasta la historia contemporánea. Hobsbawm abordó temas políticos, sociales, económicos y culturales para analizar aquel “corto siglo veinte”.
Para entonces se libraban las guerras yugoslavas en los Balcanes, proceso que el periodista tomó como referencia considerando que Hobsbawm iniciaba su historia del siglo XX con la Primera Guerra Mundial y parecía que dicho siglo terminaría con otra de importantes proporciones.
De ahí que se hablara de la guerra, de cómo había cambiado a lo largo del tiempo y de qué se podría esperar a partir de ese presente.
Para Hobsbawm, un cambio claro entre las formas de hacer la guerra de su presente y las del pasado radicaba en la tecnología. Particularmente, el historiador se refería al desarrollo de nuevas armas capaces de identificar objetivos concretos: “La alta tecnología resucita la distinción —desaparecida en el siglo XX, cuando las guerras se cebaron cada vez más sobre la población civil— entre combatientes y no combatientes”, comentó al respecto.
Esto podría sonar muy optimista, claro, pues de ahí se esperaba un tipo de guerra donde los únicos afectados fueran los propios beligerantes. Del mismo modo, se esperaba el respeto por los civiles, los derechos humanos y, en general, una forma de librar el conflicto en la que el vencedor podía superar a su rival sin que las vidas humanas fueran las principales receptoras de los horrores de la guerra.
Ruptura
Pues bien, Hobsbawm era consciente de todo ello, pero sabía que la experiencia de su tiempo había demostrado que no necesariamente la guerra cambiaba para bien. Para el historiador existían dos problemas detrás del desarrollo tecnológico. El primero era que la posibilidad de elegir exactamente dónde disparar un misil conllevaba una mayor destrucción y poder para quien lo tuviera a su alcance. En este sentido, si un gobernante es consciente de que puede disparar donde quiera, es más probable que lo haga: la certeza de la destrucción resulta, indudablemente, atractiva.
La segunda cuestión que notaba Hobsbawm era que a pesar de que la nueva tecnología buscaba ser más precisa y, por ende, evitar bajas civiles, al final los objetivos seguían siendo las infraestructuras de toda una región, por lo que afectaba considerablemente a la población civil, a menudo privándola de servicios básicos.
Hobsbawm no planeaba prever el futuro, nunca fue su objetivo; sin embargo, sus palabras de 1999 resultan de gran relevancia para pensar la guerra ahora. ¿Qué ha pasado con los civiles en los diferentes actos bélicos alrededor del mundo? Es cierto que la tecnología de guerra es más avanzada y precisa que la que existía durante aquella entrevista, pero aun así las bombas caen donde se hallan civiles. La invasión a Ucrania y el genocidio en Palestina son prueba de ello.
Si uno se detiene a pensarlo resulta desconcertante, porque parece que el desarrollo tecnológico no solo ha roto la distinción entre civil y combatiente, sino que ha convertido tal ruptura en parte de la política de guerra actual.

