Amo a los que tienen poca educación.
Donald Trump
¿Qué ocurre cuando la estupidez se vuelve política de Estado? ¿Qué le queda a una civilización cuando el idiotismo, la desinformación y la incultura se vuelven valores que se celebran y glorifican? ¿Qué futuro le queda a una sociedad que exalta a la ignorancia?
Ahora que se cumplieron los primeros 100 días de la nueva administración de Donald Trump (100 días que se han sentido como medio siglo) mucho se ha escrito ya sobre sus políticas destructivas hacia el orden liberal internacional: su simpatía hacia algunos dictadores; su agresividad contra aliados históricos; su repudio a las instituciones democráticas y supranacionales; su desprecio al libre comercio y el cataclismo causado en la economía global.
Todo esto es gravísimo y puedo asegurarles que aún falta mucho por ver en los más de mil 300 días que le quedan a su presidencia, pero en este retorno de Trump quizá lo más corrosivo a nivel institucional ha sido la concentración de estupidez en las altas esferas del gobierno; estupidez que encuentra su espejo perfecto en la propia sociedad norteamericana.
Si recurrimos al clásico dilema de “quién-vino-primero-si-el-huevo-o-la-gallina” (obviamente fue el huevo), veremos que la estupidez que hoy vemos en el gobierno de Estados Unidos es consecuencia de lo que se ha gestado por décadas entre los ciudadanos norteamericanos. Revisen la historia reciente y descubrirán un gradual —pero constante— descenso de la sociedad estadunidense a niveles insólitos de frivolidad, superficialidad y de admiración a la ignorancia.
Basta con analizar la producción y exportación cultural (es un decir) para saber que estamos viviendo en tiempos peligrosamente estúpidos: reality shows, películas de superhéroes a granel, teorías de conspiración y un preocupante desfile de refritos, repeticiones y relanzamientos en numerosos productos audiovisuales que nos señalan una ausencia grave de originalidad en la industria cultural, por no decir estancamiento o decadencia. Esto para algunos quizá no sea una novedad. Al final, si algo ha caracterizado a la cultura popular norteamericana (en general) es su falta de profundidad o complejidad.
Rey loco
Pero hoy la situación es doblemente peligrosa. Porque aun cuando siempre convivimos con una sociedad estúpida el planeta podía confiar en la existencia de una clase política y empresarial lo suficientemente preparada y con la competencia apropiada para liderar al Imperio.
Hoy esto se está desmoronando y en diversos sectores gubernamentales el intelecto se ha perdido del todo. Si uno revisa el perfil del gabinete federal de Trump encontrará solamente una pandilla de orates, sicofantes, lambiscones o improvisados; de la misma manera, el despido masivo de burócratas de carrera y su reemplazo con fanáticos del régimen está creando una desprofesionalización de la administración pública, reemplazando el profesionalismo con la lealtad.
Pero el Imperio peligra ahora también desde sus bases intelectuales. Porque en uno de los arrebatos más preocupantes de esta administración Trump le ha declarado la guerra a los propios semilleros de profesionalismo y la intelligentsia norteamericana. El conflicto entre el presidente y las universidades —argumentando la infección de la ideología “woke” y otras tendencias radicales— busca cooptar los últimos reductos donde se genera conocimiento real y de donde surgirán los futuros líderes del Imperio.
De lograrse esto creo que podemos ver ya la película completa: un Imperio liderado por un rey loco, con una corte de aduladores e incompetentes, gobernando a una sociedad cada vez más idiota.
Dicen que las secuelas siempre son peores que la obra original… pero esta secuela no solo es peor: es la instauración oficial de la estupidez como doctrina imperial.