CONFORMAR LA FRONTERA NORTE

Ignacio Anaya
Columnas
LA FRONTERA NORTE

A lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos un curioso visitante puede encontrarse con los restos de las más de 250 estructuras erigidas para delinear la separación de las dos naciones. Son remanentes de un periodo crucial en la historia conjunta de ambos países, marcando su reconfiguración geopolítica.

Tras la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848 se emprendieron investigaciones y sondeos a lo largo de la frontera para establecer los confines entre ambos países. Este fue un esfuerzo colectivo: se formaron comisiones bilaterales para trazar esta línea imaginaria. Los antiguos adversarios se vieron obligados a colaborar para materializar las consecuencias de la guerra y delinear el nuevo territorio para el expansionismo estadunidense. Conforme avanzaban los trabajos se comenzaron a instalar los monumentos.

No fue un trabajo fácil: los intereses de Estados Unidos eran grandes y difíciles de detener, sobre todo con el auge del ferrocarril. Uno de los miembros de la comisión por el lado norteamericano, William H. Emory, escribió al respecto lo siguiente: “Había que torturar al tratado de Guadalupe hasta obtener una ruta práctica para la vía transcontinental propuesta”.

Monumentos

Los marcadores no seguían un patrón fijo: la mayoría eran obeliscos o monolitos y en ocasiones solo pilas de piedras que servían como señalizadores. Las imágenes de estas estructuras pueden ser encontradas en la colección fotográfica de Daniel Robert Payne, albergada en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, que datan de las últimas décadas del siglo XIX.

Según Michael Dear, profesor de Geografía en la Universidad del Sur de California, uno de los principales desafíos a los que se enfrentaron las comisiones fronterizas fue la inspección del desierto de Sonora y Arizona. Los retos incluyeron el clima extremo y la escasez de agua potable pero, pese a ello, se pudo continuar con la demarcación de la frontera y la instalación de monumentos.

Estos monumentos materializaban la nueva división que la cartografía buscaba representar, la ficción se volvía realidad, los tratados escritos en papel pasaron al terreno aplicable. Se establecía así la configuración de dos nuevas entidades. Aunque hubo numerosas revisiones y disputas en las décadas siguientes, fue el caso de la compra de La Mesilla, la instalación de los obeliscos continuó durante años, hasta que finalmente fueron reemplazados gradualmente por vallas, debido en parte a la Revolución Mexicana y los conflictos derivados de esta.

Las barreras se reforzaron convirtiéndose en las que se observan hoy en las comunidades fronterizas. El tan discutido muro nunca llegó a materializarse… al menos todavía no.

Hoy aún perviven los primeros vestigios de la frontera con Estados Unidos. Muchos de estos ya no se encuentran en su lugar original, desplazados por la mano del hombre o por la fuerza de la naturaleza, destruidos por sentimientos nacionalistas o engullidos por el entorno. Su presencia sirvió como testimonio de la otredad, de lo que es separar a unos y otros, sus efectos continúan resintiéndose en el norte del país.

La línea divisoria, fuente de tantas experiencias, sigue planteando interrogantes en su definición. Es tan compleja que incluso su creación surgió de la colaboración entre dos naciones que poco tiempo atrás se encontraban en guerra, individuos que aún estaban en proceso de definir sus identidades nacionales y cómo una debería delimitarse de la otra.