La modernidad se construyó tanto en el interior como desde el exterior. Las naciones Estado hicieron de ella su estandarte frente a las miradas de su sociedad y de la comunidad internacional. Durante el Porfiriato, México estuvo consciente de que proyectar una imagen de progreso implicaba mostrar al mundo sus avances tecnológicos, culturales y políticos. En esencia quería demostrar que era una nación moderna.
Un ejemplo particular fue la corbeta Zaragoza, que en 1896 realizó un viaje notable hasta Japón. Esa travesía no era únicamente un acto simbólico, pues detrás se encontraba una estrategia para evidenciar que México era parte de las naciones civilizadas.
El semanario El Mundo Ilustrado cubrió este evento con orgullo nacional, publicando artículos como El Zaragoza en el Japón: un hermoso viaje por el país de los crisantemos. El texto celebraba las cualidades de Japón, describiéndolo como un país triunfante que “se expande maravilloso mostrando a los ojos asombrados de los viajeros la más pintoresca y heterogénea muestra de antigüedad y modernismo”.
También destacaba la importancia del propio viaje del Zaragoza como símbolo del avance mexicano. Al navegar por puertos españoles, franceses e italianos el navío cumplía una misión diplomática clara: presentar a México como una nación que contaba con infraestructura marítima suficiente para ser tomada en serio por las potencias mundiales.
La construcción del Zaragoza, en Francia en 1889 por encargo del gobierno mexicano, también subrayaba otro aspecto fundamental del progreso porfirista: la modernización naval.
A partir de 1894, cuando comenzó a operar oficialmente, se convirtió en la primera nave mexicana en circunnavegar el globo. Este hecho representó mucho más que un logro técnico: fue percibido como la demostración del esfuerzo nacional por formar parte de una era marcada por el progreso.
Civilización
No obstante, la modernidad porfiriana no solo implicó la admiración por los países avanzados, sino también una mirada de desprecio hacia naciones consideradas menos desarrolladas o “bárbaras”.
La cobertura de El Mundo Ilustrado sobre la guerra chino-japonesa (1894-1895) lo dejó claro. Este conflicto sirvió para reforzar en México el discurso de civilización frente a la barbarie. Artículos del mismo semanario mostraban a China como una nación atrasada, al comparar su sistema penal con los métodos crueles de la Edad Media. En contraste, Japón representaba el orden, la disciplina y la modernidad.
Este enfoque reflejaba cómo los círculos altos de la sociedad mexicana, a finales del siglo XIX, percibían la modernidad y la civilización. Para ellos el progreso significaba alejarse de prácticas que consideraban primitivas, abrazando modelos europeos o estadunidenses de desarrollo y orden social.
La travesía del Zaragoza y la cobertura sobre la guerra en Asia ilustran cómo México durante el Porfiriato buscaba presentarse como parte activa del mundo moderno.
A través de estos actos México intentó superar el lugar de un espectador, buscando ser un actor consciente en el tablero del progreso. Se reivindicaba en una comunidad internacional que valoraba cosas que no todas las naciones valoraban, pero sabían que eran necesarias para ser parte del mundo occidental.