LA POLÍTICA Y EL PESIMISMO

“En los tiempos actuales el pesimismo ha cobrado relevancia”.

Ignacio Anaya
Columnas
POLÍTICA PESIMISMO

Si hubiese que comparar algo con la política en México, en mi opinión, se podría hablar de ella de la misma manera que de una quimioterapia. En la historia del país esta ha sido un proceso doloroso con pocas esperanzas de curar ese “cáncer” que es el caos dentro del territorio y otras afecciones.

Así como dicho método terapéutico, las soluciones en el horizonte mexicano no son claras y el tratamiento puede fallar, si no es que ya lo hizo y solo queda un cadáver político tratando de mantenerse de pie.

En medio de la sobrecarga informativa, donde el debate político es intenso y constante, la calidad del discurso se ve comprometida. Las obras de producción masiva, al igual que las opiniones hechas al vapor y al calor del momento, en la mayoría de los casos terminan sesgando o distorsionando la realidad. Estos relatos, lejos de ilustrar y aportar a una crítica propia de la política, terminan por empobrecer a la sociedad, llevando a una ciudadanía que en vez de estar mejor informada se siente escéptica y desconfiada.

Dichas narrativas, con su carencia de profundidad y análisis, reafirman el escepticismo y generan preguntas que parecen no tener respuesta. ¿Acaso tiene sentido continuar con estos debates? ¿Es pertinente buscar acusaciones en el pasado? ¿Dónde residen las verdaderas soluciones? Mientras algunos piensan que la sociedad civil posee todas las respuestas y otros afirman que solo los políticos tienen la llave, ambas posturas omiten la complejidad inherente a la problemática nacional.

Conciencia

Mientras algunos se complacen en un optimismo ciego, ya sea por ingenuidad o por un deseo velado de catástrofe, es crucial reconocer que en los tiempos actuales el pesimismo ha cobrado relevancia. Tal vez solo un profundo pesimismo arraigado en la razón puede generar una sacudida, una toma de conciencia. El adormecimiento racional ha engendrado situaciones monstruosas en la política mexicana.

Entonces se presentan dos polos opuestos: el primero, sumamente peligroso, es el del fanatismo político, capaz de destruir naciones enteras. El segundo es el de la apatía política, resultado de las mismas administraciones y fallas que se repiten una y otra vez. La segunda opción da mayores posibilidades de un cambio para bien.

Decir que la política en México es similar a una quimioterapia donde el remedio puede resultar tan dañino como la enfermedad misma no es un ejercicio hiperbólico. Las circunstancias exigen una revisión introspectiva, un replanteamiento de la función de la política y, más importante aún, una recuperación de la confianza ciudadana. La idea de la herramienta de bienestar colectivo se perdió ante el juego de poder de unos pocos. México debe comenzar su verdadera cura.

El país no necesita un optimismo ciego, sino de un pesimismo razonable. Un pesimismo que, paradójicamente, puede ser la única vía a algo mejor. No se trata de un pensamiento resignado o derrotista, sino al contrario, es uno que cuestiona, que desafía y que busca soluciones reales. Una alerta sobre los peligros de la complacencia actual y que insta a ser activamente críticos y vigilantes.

¿Cuándo se podrá despertar de este sueño irracional que se ha creado? Solo un repudio hacia la política que se ha manejado desde hace tiempo posibilita ver otras opciones.