Solo se vive una vez.
Cuando se habla de tauromaquia y de España inevitablemente surge el nombre de Las Ventas, la catedral del toreo y la plaza más importante del planeta taurino.
Ubicada en el barrio de Guindalera, distrito de Salamanca, en Madrid, este recinto no solo es un símbolo de la cultura taurina, sino también un referente arquitectónico e histórico que ha sobrevivido guerras, crisis y transformaciones sociales.
Durante el siglo XIX Madrid ya contaba con una plaza de toros en la zona de Goya. Sin embargo, la afición creciente y la importancia de la capital española como epicentro taurino hicieron que aquella plaza quedara pequeña.
A principios del siglo XX la necesidad de un coso monumental se volvió evidente. Fue entonces cuando surgió el proyecto de construir una nueva plaza que pudiera alojar a decenas de miles de aficionados y consolidar a Madrid como el corazón de la fiesta brava.
El gran impulso vino de José Gómez Ortega, Joselito el Gallo, uno de los toreros más célebres de la época. Él defendió la idea de que Madrid debía tener un coso monumental, digno de la afición y de la categoría de la capital. Su visión, junto con el empeño de empresarios taurinos y arquitectos, hizo que el proyecto se concretara.
El arquitecto elegido fue José Espeliú, quien diseñó la plaza con un estilo neomudéjar, típico de la época, utilizando ladrillo visto, cerámica vidriada y elementos ornamentales inspirados en la tradición árabe andalusí.
La primera piedra se colocó en 1922, pero Espeliú falleció poco después y la dirección de la obra pasó a su cuñado, Manuel Muñoz Monasterio, quien respetó el diseño original.
Luego de varios años de trabajo la plaza se inauguró oficialmente el 17 de junio de 1931 con una corrida en la que participaron los toreros Marcial Lalanda, Diego Mazquiarán Fortuna y Cagancho. La expectación fue inmensa y Madrid celebró tener por fin un escenario a la altura de su afición.
Las Ventas impresiona por sus dimensiones. Tiene capacidad para unas 23 mil 700 personas, lo que la convierte en la plaza de toros más grande de España y la tercera del mundo, solo superada por las de México y Valencia (Venezuela). Su ruedo mide 61.57 metros de diámetro, uno de los más amplios del orbe taurino, lo que exige mayor esfuerzo y lucimiento por parte de los toreros.
La fachada principal, con su Puerta Grande, se ha convertido en símbolo universal. Salir en hombros por esa puerta es el mayor honor que un torero puede alcanzar, equivalente a la consagración total en la fiesta.
La Plaza de Toros de Las Ventas, en Madrid, es un símbolo indiscutible de la tauromaquia, pero durante la Guerra Civil española tuvo un uso muy distinto y oscuro: fue transformada en un campo de concentración improvisado. Entre 1936 y 1939 este coso monumental, inaugurado en 1931, dejó de ser escenario de corridas para convertirse en lugar de encierro de miles de personas, sobre todo prisioneros políticos y militares capturados.
La guerra convirtió a Madrid en un frente decisivo y la plaza, por su tamaño y su infraestructura cerrada, se adaptaba perfectamente para retener grandes grupos humanos. Ahí fueron confinados tanto simpatizantes del bando nacional como civiles sospechosos de colaborar con el enemigo. Las condiciones eran deplorables: hacinamiento, falta de alimento suficiente y carencia de medidas higiénicas. Testimonios de la época relatan que en los tendidos dormían cientos de prisioneros y en el ruedo se distribuía la comida racionada bajo estricta vigilancia armada.
El contraste era brutal. Un lugar pensado para la fiesta y el espectáculo se convirtió en símbolo de represión y sufrimiento. No hubo lidia de toros sino seres humanos atrapados en el laberinto de la guerra. Muchos de los que pasaron por Las Ventas fueron luego trasladados a cárceles, a trabajos forzados o incluso a fusilamientos.
Con el final de la guerra la plaza recuperó su función original como epicentro taurino y poco a poco ese capítulo sombrío fue silenciado en la memoria colectiva. Hoy, cuando uno se sienta en sus gradas, pocos recuerdan que ahí, entre arena y ladrillos, se vivieron escenas de dolor y desesperanza, convirtiendo a Las Ventas no solo en monumento cultural, sino también en un testigo mudo de la tragedia española.
Luis en Las Ventas (cuento)
Era la primera vez que brincaban el charco. Estaba emocionado y temeroso del público; no conocía mejor a los animales que a los humanos. Sabía que los hombres suelen ser más peligrosos que los toros y, aunque tenía respeto por las bestias, al llegar a Las Ventas sintió la estructura majestuosa que se mostraba frente a él. Eso no lo amainó, al contrario. Cuando salió al ruedo iba junto a otros toreros, caminó con garbo, despacio, con gran aplomo. El miedo se disipó cuando salió el primer toro. Iba a realizar su arte junto con gran semental llamado El Avioncito.