Un 29 de julio pero de 1856 falleció en Endenich, cerca de Bonn, el gran compositor alemán del periodo romántico Robert Schumann. Reconozco que le guardo respeto, admiración, consideración y hasta cierta dosis de intriga, pues su vida y obra están muy lejos de haber sido ordinarias.
Por supuesto que me referiré a buena parte de su obra, no sin antes hacer algunas consideraciones y referencias que permitirán al lector entender su turbia personalidad.
Schumann era, desde muy joven, compositor y pianista. Recordemos que si algo caracteriza al periodo romántico es esa libertad expresiva, tanto para la composición cuanto para su interpretación. Los pilares y límites provenientes de los periodos precedentes —barroco y clásico— fueron rebasados por esta marea que, de alguna manera, había iniciado con la última etapa de Beethoven y sus sonatas para piano. Con todo y su sordera, el genio de Bonn murió hasta 1827, año para el cual ya había logrado abrir brecha en una expresión nunca antes vista. Y es que, cómo no pensar en el contagio que Beethoven provocó en la nueva generación de músicos europeos, siendo que estos fueron surgiendo, floreciendo, en una transición natural entre periodos, entre la vida y la muerte.
Así, tenemos que Schubert nació en 1797; Chopin en 1810 (al igual que Schumann); Mendelssohn en 1809 y Liszt en 1811, por citar a los más conocidos. Mención aparte merecen Brahms (1833) y Clara Wieck (1819). Ya veremos por qué.
Pues bien. Clara fue pianista, compositora y maestra de piano. Pero no sucedió por generación espontánea. Para su tiempo, siendo mujer y tan destacada en las salas de concierto, fue también un vehículo propicio para dar a conocer la obra de Schumann (y tuvo una gran influencia de Brahms).
Creatividad
Me explico, porque aquí se pone buena la cosa. Clara era hija de Friedrich Wieck, también pianista y maestro, mientras que su madre era cantante. Schumann dejó la carrera de Derecho para concentrarse en el piano. Y el propio Friedrich Wieck le auguró un futuro brillante, acaso como el mejor concertista de Europa. Con lo que no contaba el maestro era con que Schumann y Clara se enamorarían, contra la voluntad del padre, lo que incluso llevó el asunto a tribunales, pues ella era menor de edad.
Ambos siguieron con sus respectivas carreras. Clara ayudó a que la obra de su consorte llegara más lejos, pero Robert sufrió una lesión incurable en una mano por su obsesión de tocar más y mejor cada día. Apareció en escena un tercero, alguien que era todo un derroche de talento tanto para la composición como para el piano y la dirección orquestal: Johannes Brahms. Este titán del romanticismo tuvo dos amores en su vida y nunca se casó: su madre y Clara Schumann.
Es una historia fascinante, misma que, aclaro, jamás llegó más lejos. Además, el amor e inspiración de Brahms se desenvolvía e influía en la obra de Clara mientras seguía al alza la creatividad de Robert. Y, al mismo tiempo, avanzaba su enfermedad mental, que lo llevó a una grave depresión melancólica, quizá bipolaridad con largos episodios traumáticos que incluso lo orillaron a intentar el suicidio en 1854. Él mismo decidió ingresar a un hospital siquiátrico para ahí mismo fallecer por melancolía sicótica y neumonía, como dije, el 29 de julio de 1856.
Schumann escribió cuatro muy destacadas sinfonías; un concierto para piano y orquesta en la menor; la obertura Manfredo; un concierto para violonchelo y orquesta; estudios sinfónicos; la Kreisleriana; Dichterliebe, canciones a partir de poemas de Heine; Kinderszenen, obras para piano que evocan la niñez; quinteto para piano; y su única ópera, Genoveva, estrenada por él mismo en Leipzig en 1950.
¡Viva la música!