Hace poco vi Eddington, la más reciente película de Ari Aster —uno de mis directores favoritos—, y me pareció una genialidad. Pero lamentablemente no le gustó a la mayoría, como lo demostró su fracaso en taquilla. Es una de esas obras que dividen: o la amas o la odias.
En Reddit la destrozan con frases como “es divagante, complicada”, “se volvió una tortura verla”. Y lo dicen como si eso fuera algo malo. Como si el cine tuviera la obligación de entretener y nada más.
La crítica contra Aster no es realmente contra su cine: es un síntoma más de lo que nos está pasando: vivimos una época de flojera intelectual y emocional. Queremos películas fáciles, con historias lineales y sin ambigüedades. Y, ¡ah, claro!, que duren menos de dos horas porque si no la audiencia se distrae con TikTok.
Si una historia es rara, abstracta o exige algo de nosotros la descartamos como “pretenciosa”.
Esto me hizo pensar en una entrevista que El País le realizó al único y prodigioso David Byrne, exlíder de Talking Heads, quien señalaba que hoy la creatividad está en crisis porque la mayoría de los artistas prefieren copiar lo que funciona que arriesgarse a explorar algo nuevo. Y ahí es donde Byrne y Aster se cruzan: los dos se niegan a seguir las reglas. No quieren darte lo que esperas y eso, en esta época, es casi revolucionario.
David Lynch dijo que si tienes que explicar tu película ya fracasaste como artista o creador. Y, sin embargo, Mulholland Drive o Eraserhead se volvieron clásicos. Lo mismo que 2001: Odisea del espacio, de Kubrick. Obras que no son fáciles, pero tampoco lo pretenden, pues no están hechas para gustarte, sino para provocarte.
Resistir
Ari Aster está haciendo lo que muchos ya no se atreven: cine incómodo, caótico, simbólico, sin explicaciones para entenderlo. Y eso en esta época de homogeneización estética y pensamiento superficial no solo es valiente: es urgente y debería ser apoyado.
¿O qué prefieres? ¿Otro remake? ¿Otra historia masticada que no te genere absolutamente ninguna emoción? Porque para ver lo mismo de siempre ya tenemos toda una industria dispuesta a complacerte.
Así que la próxima vez que una película te irrite, te confunda o no te dé todo resuelto en bandeja de plata, recuerda lo que dijo Lynch: “La confusión es parte de la experiencia”.
Porque el arte de verdad, ese que incomoda y se resiste a copiar lo ya hecho, es una manera de resistir a la cultura uniforme e insípida que nos domina.
Por suerte todavía hay algunos locos valientes y maravillosos excéntricos que se atreven a hacerlo.