LOS MISMOS NOMBRES EN LA HISTORIA

“Construcción de la identidad política”.

Ignacio Anaya
Columnas
HISTORIA

Al imaginar a México como un ser con vida propia, dotado de emociones y afinidades, emergen con claridad los contornos de sus predilecciones históricas. Esta personificación de una nación no es un ejercicio meramente retórico: refleja una profunda complejidad sobre cómo se valora y se revisa la figura de los héroes del pasado, un proceso inextricablemente ligado a la ideología del gobierno en turno.

Los regímenes que se inclinan hacia el nacionalismo o adoptan posturas populistas tienden a exaltar con fervor los ideales que supuestamente encarnaron ciertos personajes históricos. La razón de esta selectividad puede encontrarse en las palabras del historiador británico Eric Hobsbawm, quien en 1970 destacó en una conferencia cómo las naciones o movimientos emergentes buscan en su pasado aquellas glorias y hazañas que, creen, compensan las deficiencias de su historia.

La pregunta que surge es: ¿cuál es el pasado de México? Siguiendo la lógica de Hobsbawm se observa que los episodios y figuras exaltados por los gobiernos encuentran dos momentos: el moldeo de la narrativa histórica nacional y oscurecer otros aspectos de la historia mexicana.

Esta selección de héroes y momentos gloriosos, lejos de ser un fenómeno estático, continúa teniendo un profundo impacto en diversos elementos del país: en la política, la educación y, sobre todo, en la identidad colectiva de los mexicanos.

La omnipresencia de estos personajes históricos en el nombre de calles, ciudades y objetos es testimonio de su perdurable influencia. Un ejemplo muy simple son las famosas Becas para el Bienestar Benito Juárez. De todos los nombres siempre se decide regresar a los mismos, como si la historia del país, y por ende los discursos que necesitan de ella, estuviera conformada por no más nombres que los dedos de mi mano.

Supremacía

Este fenómeno no es exclusivo de México sino una característica inherente a la construcción de la identidad nacional en cualquier país. Sin embargo, es fascinante en el contexto mexicano la interacción entre el pasado y el presente, y cómo ciertos gobiernos han optado por destacar determinadas figuras y eventos en detrimento de otros.

Se trata de un proceso de selección que no es meramente académico sino que tiene implicaciones tangibles en la forma en que los mexicanos entienden su pasado, perciben su presente y vislumbran su futuro.

En última instancia, la historia se convierte en un campo de batalla donde diferentes visiones y versiones del pasado luchan por la supremacía, con el gobierno de turno ejerciendo una influencia significativa en la dirección de esta lucha. La reflexión sobre qué y quiénes se celebran (o se omiten) en la narrativa histórica nacional es crucial para comprender la relevancia del discurso histórico en el país.

Las elecciones entran en estas dinámicas de la historia. Los líderes no solo se ven a sí mismos como los protagonistas contemporáneos de estas narrativas heroicas, sino que también buscan que el electorado se identifique con esta visión. La narrativa histórica, en este contexto, se convierte en una herramienta vital para la construcción de la identidad política y la legitimación de las aspiraciones al poder.