EL OSO DE PELUCHE ROSA

Sergio Pérezgrovas
Columnas
oso de peluche rosa

John Smith fue el nombre que le dieron sus padres al nacer. Su madre era hija de unos estadunidenses que habían llegado a México alrededor de 1901, en la colonia Roma. Compraron un terreno al que fue presidente de México por tan solo unos minutos, Pedro Lascuráin, y construyeron una mansión de tres pisos con sótano, ya que deseaban tener una gran familia.

La parte superior de la casa tenía tres habitaciones. Sin embargo, los abuelos de John solo tuvieron una hija, por lo que no se construyeron más habitaciones. Su abuela fue quien comenzó a coleccionar osos de peluche, ya que le recordaban al presidente Theodore Roosevelt, a quien cariñosamente llamaban Teddy.

Pasó la colección a manos de la madre de John cuando sus abuelos fallecieron y ella heredó la casa. Se casó con otro estadunidense, quien resultó ser un bueno para nada, alcohólico y violento, que trabajaba como sepulturero en el Panteón Francés de La Piedad.

El padre se llamaba John, con el mismo apellido que su hijo, un nombre muy común entre los estadunidenses. Desafortunadamente, este John padre solía golpear con frecuencia a la pobre madre de John hijo. Ella murió a causa de los abusos y Juanito, como le llamaba su madre, quedó huérfano a los diez años.

Su madre solía refugiarse en la habitación de su colección de osos de peluche para escapar de su esposo. Cerraba con llave la puerta y acurrucaba a su hijo en una mecedora en la habitación.

Juan creció solo en la casa con su padre y ocasionalmente lo acompañaba en las tareas de sepulturero, lo que le permitió conocer perfectamente el panteón. El padre de John enfermó y Juanito tuvo que cuidarlo, pero comenzó a golpearlo de la misma manera que había golpeado a su esposa años atrás.

Finalmente, el padre falleció y Juanito lo enterró en una fosa común lo más lejos posible de donde estaba enterrada su madre. Se quedó con las llaves y comenzó a trabajar en el panteón. El administrador, quien lo conocía desde que era niño, le preguntó por su padre y Juanito, sereno, respondió: “Está enfermo en cama y me pidió que me quedara en su lugar mientras se recupera”. Así podía entrar por las noches sin levantar sospechas.

La colección de osos de peluche creció rápidamente, convirtiéndose en una obsesión. John buscaba adquirir muñecos de todas partes. Alguien le contó que en Six Flags, cerca del Ajusco, en los juegos de azar, había un gran oso de peluche rosa. Iba allí los sábados para jugar y gastó grandes sumas de dinero hasta que finalmente obtuvo el muñeco, que medía unos dos metros de altura.

Entre las posesiones que heredó de su padre había una camioneta fúnebre negra. En ella llevó el juguete a casa y lo colocó en un lugar destacado en la sala. Para entonces su colección ocupaba prácticamente toda la casa, acumulando alrededor de dos mil peluches. Apenas podía caminar por la casa, ya que incluso se encontraban peluches en las escaleras.

Sin embargo, Juan comenzó a sentirse más y más vacío cada día. Extrañaba las caricias de su madre cuando era niño. Aunque momentáneamente se sentía tranquilo, pronto lo invadía la nostalgia. Fue entonces cuando comenzó a matar. Al principio seleccionaba personas sin hogar que parecían no importarle a nadie. Cerca de su casa vivía un grupo de personas sin hogar que habitaba las alcantarillas. Convenció a uno de ellos para que lo visitara en su casa. Cuando el indigente entró Juanito le asestó un golpe en la cabeza con un bate, lo dejó inconsciente y lo llevó a su mesa de trabajo. Aunque pensó que estaba muerto, el hombre despertó brevemente cuando Juanito le extrajo el corazón. Luego enterró el cuerpo junto con otro fallecido en el panteón.

Repitió este proceso 28 veces. Su ritual era siempre el mismo: los invitaba a comer, los tomaba desprevenidos, les extraía el corazón y luego los enterraba en el panteón, marcando la ubicación de los cuerpos.

Desaparecidos

Tristán Carnales se enteró de la desaparición del niño unas semanas después. Comenzó a investigar y, tras hablar con un par de indigentes que conocían a una amiga desaparecida, poco a poco descubrió al asesino. Se disfrazó como un hombre de la calle y pasó varios días en las alcantarillas, soportando el olor a orina y descomposición, hasta que finalmente el asesino lo notó. Tristán sabía que era peligroso, pero cuando entraron en la casa y Juanitotomó un bate, el astuto policía fue más rápido y logró quitárselo, golpearlo y atarlo a una silla junto al oso de peluche rosa.

Descubrió el sótano y el mapa que marcaba la ubicación de los cuerpos. Cuando Juanito despertó, Tristán, con calma, le preguntó: “¿Son estos los lugares donde enterraste todos los cuerpos?”. Juanito respondió: “Así es, me siento muy solo y la única compañía que tengo son mis osos, pero una voz interna me dijo que si les ponía corazones, cobrarían vida. Por eso necesito los corazones”.

Cuando Tris cerró la puerta de la vieja casona, al oso de peluche rosa se le abrieron los ojos y movió las manos.