GAZA: PAZ EN UN CAMPO MINADO

“Podría ser solo un paréntesis en una era de inestabilidad regional”.

Gaza
Columnas
Compartir

El pasado 8 de octubre, apenas un día después del segundo aniversario del devastador ataque de Hamás contra Israel, el mundo presenció un anuncio que muchos consideraron un milagro diplomático: el presidente Donald Trump reveló que Israel y Hamás acordaron la primera fase de su plan de paz para Gaza.

Trump lo celebró en Truth Social como el inicio de una “paz fuerte, duradera y eterna”, y tanto Netanyahu como líderes de Hamás emitieron declaraciones cautelosas de apoyo.

Pero este acuerdo deja un rastro de preguntas sin resolver, recordándonos los fracasos de intentos previos que se desmoronaron en cuestión de semanas.

Este pacto, mediado por Egipto, Qatar y Turquía, prevé la liberación de los 48 rehenes israelíes restantes —vivos y muertos— a cambio de la excarcelación de casi dos mil prisioneros palestinos, una retirada parcial de las tropas israelíes a una línea acordada y un alto el fuego inmediato.

Pero la guerra en Gaza, que ha cobrado más de 67 mil vidas palestinas y dejado el enclave en ruinas, no se extingue de la noche a la mañana.

¿Qué sigue?

La fase inicial del plan de Trump —un marco de 20 puntos presentado la semana pasada en la Casa Blanca— exige que Hamás libere rehenes en un plazo de 72 horas tras la aprobación israelí, permitiendo la entrada masiva de ayuda humanitaria y el inicio de reconstrucción. Sin embargo, el verdadero desafío radica en las fases subsiguientes: el desarme total de Hamás y su exclusión del gobierno de Gaza, condiciones que el grupo terrorista ha rechazado históricamente.

Netanyahu, presionado por su coalición ultraderechista, insiste en que Israel mantendrá tropas en el enclave hasta que se cumplan estos objetivos, mientras Hamás exige garantías de una retirada completa antes de cualquier concesión. En este contexto, el acuerdo parece más una pausa táctica que un tratado perdurable.

¿Qué viene ahora? La reconstrucción de Gaza requerirá miles de millones de dólares y una gobernanza transicional liderada por un consejo internacional, como propone Trump, que incluya a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y potencias árabes.

El foco debe estar en la fase dos: negociaciones que aborden no solo el desarme, sino la integración económica de Gaza con Cisjordania, un paso esencial para desmantelar el ciclo de violencia. Sin embargo, el camino hacia la paz está minado por actores volátiles que podrían desestabilizarlo todo. Irán, a través de su “eje de resistencia” —Hezbolá en Líbano, hutíes en Yemen y milicias en Siria e Irak—, representa la amenaza más inmediata. Teherán ha invertido décadas en empoderar a estos proxies para contrarrestar a Israel. Recordemos el breve enfrentamiento entre ambos actores a principios de año, donde Trump también medió con un alto el fuego de por sí precario.

Además, dentro de Israel, la coalición de Netanyahu depende de extremistas que ven cualquier concesión como traición; un solo atentado o filtración de inteligencia podría incitar a una facción a sabotear el acuerdo. En el lado palestino, disidencias dentro de Hamás o la ANP podrían fracturar la unidad, convirtiendo Gaza en un polvorín de rivalidades internas.

¿Debería considerarse esto una victoria para Trump? Sin neutralizar a Irán y sus proxies, este pacto podría ser solo un paréntesis en una era de inestabilidad regional. Trump merece crédito por la mediación, pero el verdadero triunfo dependerá de si convierte esta fase inicial en un marco duradero. No obstante, el anuncio, justo antes de las elecciones de medio término, le otorga un impulso narrativo: “El hombre que trajo la paz al Medio Oriente”, como él mismo publicó en redes sociales; y en tiempos insólitos podría tener razón.

×