La primavera de 1968 representó en México el movimiento no solo de estudiantes universitarios, sino de un amplio sector de la sociedad en el que un rol sustancial estuvo a cargo de los jóvenes.
Un movimiento que si bien es histórico de ninguna forma es único, aunque parece replicarse en el otoño de 2025 con el impulso del denominado movimiento de la Generación Z, que lejos de ser limitado es inclusivo e incluyente.
Por otra parte, debe considerarse que a lo largo de la historia moderna de México se han registrado y documentado un importante número de marchas y movimientos, incluidos por supuesto los alentados, organizados y realizados por quienes hoy detentan el poder desde la 4T.
En consecuencia, todos los presidentes, desde la época de Gustavo Díaz Ordaz hasta el presente, han experimentado casos de manifestación y protesta social lo mismo derivados de inconformidades que como consecuencia de los niveles de inseguridad.
De ahí que lo deseable sería que quienes en su momento, como opositores, alzaron la voz y tomaron las calles, incluso paralizando actividades sociales, consideraran como algo natural la existencia de la oposición y, en consecuencia, de manifestaciones sociales.
En general, todo gobernante o partido político debe tener claro que los movimientos sociales son realizados por grupos para alcanzar objetivos que pueden ser generales o específicos.
No se trata siempre de enormes conglomerados sociales, aunque llegado el momento la sociedad puede identificarse o solidarizarse con ellos a partir de su experiencia personal o familiar.
Atención
Los movimientos se traducen en acciones colectivas que surgen por causas económicas, políticas, sociales, culturales o ideológicas y tienen frente a sí un panorama claro que se centra en la obtención de un objetivo.
Un claro ejemplo es el denominado movimiento YoSoy132, que surgió en 2012 impulsado por universitarios que demandaban la democratización de los medios de comunicación en medio del proceso electoral de aquel año.
Las manifestaciones denominadas Marea Rosa o Un día sin nosotras, que se realizan cada 9 de marzo, así como múltiples marchas en las que se ha convocado a la ciudadanía a asistir con vestimenta blanca, son otros ejemplos de movimientos sociales que han permeado en México y prevalecen.
En suma, los movimientos sociales aspiran a lograr la solución de problemáticas que pueden ser de carácter local o nacional; incluso pueden plantear su oposición a un sistema o gobierno que ha sido incapaz de cumplir expectativas en términos de bienestar social, económico o de seguridad.
En esencia, los movimientos no surgen de manera espontánea y en la mayoría de las ocasiones tienen liderazgos que en principio son naturales, pero que evolucionan hacia un ejercicio formal de la conducción. El objetivo de todo movimiento es lograr un cambio en las condiciones de vida.
Por otra parte, hay que considerar que derivado del desarrollo tecnológico y la operación de las redes sociales el surgimiento de movimientos y su rápida propagación a través de ellas no debiera sorprender a las clases política y gobernante.
Lo evidente es que las redes sociales influyen en el desarrollo cotidiano de la colectividad. Y los movimientos sociales no son ajenos a ello, por el enorme potencial de penetración que representan.
Sin embargo, todo indica que en el plano tradicional se requiere que los movimientos sociales se traduzcan en grandes concentraciones en las que las personas se agrupen para impulsar una acción colectiva.
Los movimientos sociales y manifestaciones colectivas en México no son nuevos ni deben ser desestimados; de ninguna forma deben ser estigmatizadas, porque ello equivale a avanzar hacia una suerte de autoritarismo.
México es un país de leyes, con un régimen democrático, donde la oposición —independientemente de quienes se encuentren en esa posición— es legítima y natural. Un elemento cotidiano de expresión social son los movimientos que más allá de ser desestimados o estigmatizados, requieren de atención.
El otoño social de 2025 debe ser atendido y valorado para marcar una clara diferencia de la primavera de 1968 que marcó al país.

