En circunstancias especiales, el hecho debe ser más rápido que el pensamiento.
Hernán Cortés
Cuando Hernán Cortés desembarcó en las costas de Veracruz en 1519 no solo trajo soldados, armas y caballos, sino también la semilla de una transformación profunda en el paisaje y la economía del continente: el ganado.
Hasta entonces en América no existían caballos ni vacas ni ovejas ni cabras; la fauna domesticada se reducía a pavos, perros, llamas y cuyes en los Andes.
Con la Conquista llegaron las reses, que iban a cambiar para siempre la vida de los pueblos originarios y el desarrollo de las colonias españolas.
Cortés fue uno de los primeros en darse cuenta de que para consolidar su poder no bastaba con conquistar ciudades o imponer tributos: había que garantizar un sistema de sustento.
Desde muy temprano ordenó traer desde las islas del Caribe —donde ya habían sido introducidos por Colón en su segundo viaje— los primeros lotes de ganado vacuno, caballos, cerdos, cabras y ovejas.
En 1521, apenas consumada la caída de México-Tenochtitlan, Cortés comenzó a repartir tierras y fundar estancias de ganado en los alrededores del Valle de México y en regiones como Oaxaca, Puebla y el actual estado de Morelos. Una de las primeras estancias de reses que se documenta en el continente fue la que Cortés estableció en Coyoacán, su sede provisional de gobierno. De ahí en adelante, se expandió rápidamente el modelo.
Cortés no solo fue conquistador: también se convirtió en el primer ganadero de América. Recibió mercedes de tierras inmensas, conocidas como los Marquesados del Valle de Oaxaca, que incluían miles de hectáreas fértiles. En estas tierras instaló hatos con toros y vacas traídos de La Española y Cuba. Muy pronto, el ganado se multiplicó de manera explosiva, pues en los nuevos territorios abundaban los pastos y no existían depredadores naturales.
El impacto fue tan grande, que en menos de 50 años los rebaños se contaban por cientos de miles. La carne, la leche y sobre todo el cuero se convirtieron en productos estratégicos. México se transformó en el corazón de una economía ganadera que alimentaba a las ciudades, surtía a las minas y exportaba materias primas hacia Europa y Asia a través del comercio con Filipinas.
Aunque la motivación inicial de Cortés era práctica y económica, también se dio paso a la dimensión cultural: el toro bravo. Existen registros que señalan que junto con el ganado común se trajeron reses seleccionadas para el espectáculo taurino. Algunos historiadores sugieren que las primeras corridas en México se celebraron en 1526, organizadas precisamente por Cortés para conmemorar la llegada de un nuevo virrey. Aquellos toros, descendientes de los que se criaban en Andalucía y Extremadura, serían la base de las primeras ganaderías de lidia en el continente.
La llegada del ganado significó también una ruptura con el mundo mesoamericano. Los cultivos tradicionales, como el maíz o el amaranto, fueron desplazados en muchas regiones porque los animales arrasaban las milpas. Los indígenas fueron obligados a trabajar como vaqueros, pastores o peones en las estancias, naciendo así la figura del vaquero novohispano, antecedente directo del charro mexicano. La ganadería no solo cambió la dieta sino también la organización social y laboral de los pueblos.
Zurdo (cuento)
El toro corría libre por los pastizales. Era un lugar hermoso, había varios sementales. Ahí todos ellos eran atendidos por un veterinario que veía cómo crecían, comían la mejor pastura, disfrutaban los mejores climas y, sobre todo, los cuidaba con mucho amor. El toro tenía por nombre Zurdo, que se comprobaría en el ruedo, pues su tendencia era irse hacia la izquierda. Pesaba unos 900 kilos.
Su dueño, Eduardo Martínez, estaba al pendiente de su evolución, pues venía de un semental muy bragado y de una vaca de primera calidad. Llevaba ya varios años en el terreno, tenía un porte espléndido.
Así que creció y fue feliz durante cinco años, aproximadamente, cuando llegó la fecha señalada.
El torero Luis lo esperó en medio del ruedo, desafiando la muerte y al Zurdo, que dio unos pases del lado izquierdo, haciendo rugir al estadio. La gente ovacionaba al torero, pero también al toro, hubo una comunión entre la bestia y el hombre, o el hombre y la bestia. Fue tanto el arte que se desprendió esa tarde plomiza, que a la gente se le olvidó que en el ambiente había 34 grados a la sombra. Fue un espectáculo único. El picador y los banderilleros ya habían realizado sus suertes, pero no fue hasta que Luis se paró en medio de la plaza a honrar a su oponente, que el juez de plaza otorgó el perdón y Zurdo regresó a sus pastizales.