Los años representan para la humanidad mucho más que el simple avance de las manecillas del reloj o el cambio de dígitos en un calendario. En ellos residen la memoria y el recuento de lo que merece ser recordado, tanto en el plano individual como en el colectivo. Seguramente millones de personas evocarán fenómenos similares que marcaron 2025, pues existen acontecimientos que, según creemos, merecen impregnarse en nuestra mente para ofrecernos una respuesta prefabricada a la pregunta: “¿Qué pasó este año?”
Al mirar hacia atrás para reflexionar resulta difícil separar la experiencia personal de la ajena. Nuestra memoria de 2025 es una amalgama de vivencias íntimas, colectivas y mediáticas. ¿Quién posee realmente la capacidad de hacer un recuento de estos doce meses sin que se filtre lo visto en las pantallas, los titulares de prensa o las conversaciones en tendencia? Incluso habitamos una era donde una interacción con la Inteligencia Artificial (IA) puede constituir una experiencia significativa en el año de alguien.
No está de más plantearse estas interrogantes, pues a partir de esa mezcla de recuerdos generamos nuestras expectativas del futuro.
Sin embargo, la experiencia individual es valiosa porque solo en ella reside la honestidad. Termina 2025 y, como siempre, nos preparamos para recibir el nuevo año con una sonrisa nutrida por memorias rescatadas de lo que ya fue. Es difícil definir el origen de esa sonrisa: puede nacer de la esperanza, del nerviosismo, del optimismo o incluso del temor.
Combinación
Según el calendario que nos rige, cada 1 de enero se abre un ciclo de oportunidades. Es una fecha de enorme peso simbólico, pues nos confiere la capacidad de iniciar una nueva etapa.
Aquí surgen los propósitos de año nuevo (ir al gimnasio, buscar un nuevo empleo o viajar más), pero para formular estos deseos es inevitable ejecutar una reflexión previa. Para pensar en una resolución de año nuevo primero hay que mirar hacia el año viejo y preguntarse: “¿Se cumplieron mis metas de 2025?” “¿Deseo continuarlas?” “Ahora sí me propondré realizarlas”.
Este proceso es una combinación perfecta entre el pasado y el porvenir. Se revisita lo anterior para elaborar un plan de acción futuro, todo desde el efímero presente. Resulta fascinante analizar estos “juegos temporales” que ocurren entre el 31 de diciembre y el 1 de enero. Difícilmente se podrá negar que el futuro guarda una estrecha relación con el conocimiento del pasado, tanto el adquirido por experiencias individuales como aquel que se nos presentó como colectividad; nuestras resoluciones surgen de una evaluación, consciente o inconsciente, de lo realizado y de lo pendiente.
Con interrogantes para muchos, oportunidades para otros y como un día más para el resto surge entonces 2026; así funciona la humanidad. Es un ritual que repetimos incansablemente por estas fechas y que no pocos (me incluyo) aprovechamos para buscar la felicidad, aunque sea por un instante.

