Hace unos días renunció el primer ministro francés. Es el quinto durante el gobierno de Emmanuel Macron. Recordemos que Francia tiene un sistema político semipresidencial o semiparlamentario, según se le quiera ver. Hay simultáneamente un presidente y un primer ministro ejerciendo funciones gubernamentales, aunque el presidente es el Jefe de Estado.
Idealmente, la teoría propone que el presidente y el primer ministro sean del mismo partido o coalición, pero en los hechos muchas veces sucede lo contrario. Es el fenómeno conocido como cohabitación política y que ha ocasionado el fracaso o cuando menos la parálisis de varios gobiernos franceses en las últimas décadas.
En el caso de Macron, sus primeros ministros han caído principalmente por la impopularidad de las políticas que impulsan. El hecho mismo de que hayan sido tantos es revelador del desorden imperante en el sistema político francés y la falta de consenso en la élite en torno del modelo de país que se desea impulsar.
Desde hace décadas Francia se debate entre quienes anhelan sostenerla como un ejemplo del Estado benefactor que protege a todos los ciudadanos, y quienes sostienen que ese empeño ha obstaculizado el desarrollo económico del país. Cada tentativa de reformar la edad de jubilación, las prestaciones sociales, los derechos sindicales o cosas semejantes ocasiona un movimiento nacional de protesta que paraliza poblaciones enteras durante días.
Crisis del sistema
Francia se vuelve referente de estancamiento e inmovilidad política por la incapacidad de pactar cualquier tipo de reforma social o de modificación que acelere la marcha de la economía.
La innovación y la investigación universitaria se ha quedado atrasada respecto de otros países europeos. Compare usted simplemente la posición de las universidades francesas en los rankings internacionales frente a las alemanas o inglesas, para no hablar de las estadunidenses y las asiáticas.
En términos de innovación tecnológica Francia ha quedado completamente fuera de la carrera de la Inteligencia Artificial (IA).
Si bien los franceses siguen disponiendo de arsenal nuclear para efectos geopolíticos, nadie cree que vayan a usarlo en defensa de Ucrania, por ejemplo, así que se queda como un mecanismo exclusivamente defensivo y de aislamiento.
Por consiguiente, la caída del más reciente primer ministro solo evidencia una vez más la crisis de un sistema político crecientemente disfuncional: no bastaría con la designación de una nueva figura, por mejor reputación que tuviera, pues el problema de fondo es la falta de consenso para reformar Francia.
Y si a eso se suma la polarización de las fuerzas políticas, atomizadas principalmente en propuestas extremistas como la de Jean-Luc Mélenchon a la izquierda y la de Marine Le Pen a la derecha, estamos ante un escenario de clausura del diálogo muy preocupante.
Es parte de la descomposición del sistema liberal internacional, pues una Francia debilitada supone un G20 y, sobre todo, una OTAN debilitada.
La Unión Europea solamente dispone de dos motores reales desde que se produjo el Brexit: Francia y Alemania. Sin eso, no va a ninguna parte.
Pero en el fondo vemos que si la política doméstica de las democracias occidentales no funciona correctamente, todo el sistema internacional se desbarata. El liberalismo ya no cuenta con el respaldo estadunidense. ¿Perderá también pronto a Francia por el ascenso de una de las fuerzas extremistas?